viernes, 27 de agosto de 2010

Entrevista a Juan Luis Guerra

¡Pobre Juan Luis Guerra!: está metido en un cuarto de hotel de donde entran y salen periodistas sin parar. Son las cinco de la tarde y el maratón arrancó a las diez de la mañana. Lleva así dos días seguidos, y él que es tan tímido. Pero hay que promocionar "A son de Guerra", su disco nuevo, en la Argentina.
Criado en un hogar de clase media progre de Santo Domingo, formado en Berkeley, con un paso por Filosofía y Letras, Guerra irrumpió en la música caribeña como un actualizador de ritmos dominicanos tradicionales, como la bachata.
A mediados de los ‘90, en pleno apogeo de "La bilirrubina", "Ojalá que llueva café" y "Burbujas de amor", Guerra desapareció. Un glaucoma lo estaba dejando ciego, quería tener un segundo hijo con su mujer y no podía, estaba mal anímicamente. Cuando volvió a los primeros planos, todo se había solucionado y se había convertido en un evangelista militante que actuaba como telonero del predicador Luis Palau, y en las escasas entrevistas que daba decía frases como “la música ya no es mi prioridad”.
- Decías que la timidez perjudica a tu carrera. ¿Y la religión?
- No creo. Mucha gente puede estar de acuerdo o no, pero no puedo avergonzarme de las cosas que Él me ha dado. Tengo que hacerlas públicas. Si tienes una buena noticia, sería egoísta esconderla. Eso fue lo que hice: propagarla, decir las cosas maravillosas que Él ha hecho conmigo y lo que puede hacer con todo el mundo que lo acepte. Sería egoísta de mi parte no hacerlo.
- Al principio algunos de tus colegas se burlaban.
- Claro, hay ataques. Pero siempre vienen ataques. Hasta con la música que tú haces hay gente que está de acuerdo y otra que no. La vida es así: hay pros y contras.
- ¿En qué quedó aquello de las prioridades?
- Empecé a poner en orden las cosas. Mi pasión sigue siendo la música, Dios me dio corazón de músico. Cuando escucho a Bach, Beethoven, Mozart, Brahms, siento algo especial, como cuando oigo un buen jazz de Charles Mingus. Músico es lo que soy, es lo que he estudiado. Y es mi pasión, pero sí empecé a darle un orden especial a las cosas, que antes no tenía.
- ¿Volvió a ser tu prioridad?
- Mi pasión. Así como los poetas ven poesía en todos lados, yo en todo veo música: en un atardecer, en un buen libro... Soy músico por excelencia. Tengo melodías en la cabeza, cualquier cosa me inspira.
- En este disco tenés algunas letras que suenan demasiado escépticas para alguien abrazado a la fe. En “Apaga y vámonos” decís “apaga y vámonos que es lo mismo, lo mismo otra vez/el mismo discurso, el mismo cliché” .
- Es que caramba, tenemos años y años de que las cosas van a cambiar y nunca cambian. Y al final digo: los hombres buenos, nobles, ¿dónde están? Pero es con optimismo: en realidad los hay, pero no salen.
- También escribiste “la política se viste de oro, plata y lino fino”. ¿No es una generalización peligrosa?
- Yo no le he compuesto esto a ningún político, sino al sistema. Pero mi intención no es politizar, sino que cambien las cosas. Si no, tendría un partido político. Pero no me interesa. Siempre digo que es difícil manejar una banda de 30 músicos, imagínate un país.
- ¿Te ofrecieron algún puesto?
- Indirectamente. Hubo partidos que me buscaron para que me vieran en sus actos. Eso hala votos, pero no me interesa tampoco.
- ¿Y cuando viniste con Palau?
- Porque yo soy cristiano y hago lo que el Señor me pide. Lo que no puedo es asociarme con gente con la que no comulgo.
- Pero Palau tiene un mensaje político en cierto sentido.
- Por eso mismo ya no lo estoy haciendo. No tengo nada contra él, pero mi propósito es mucho más grande. No es lo mismo hablar en una iglesia donde hay mil personas que decir en los Grammy “gracias Señor por tu  bondad”, donde me escuchan diez millones de personas. Dios tiene gente en todos sitios: a mí me tiene en el ámbito artístico, como tiene a Ricardo (Montaner).
- Acá acaba de aprobarse la ley de matrimonio homosexual. ¿Qué opinás de ese tema?
- Hay que ver si es bíblico. La Palabra dice una cosa, aunque también da libre albedrío.
- Ciertas interpretaciones de la Biblia o el Corán se usan para justificar barbaridades.
- Yo me atengo a la Palabra.
- En “Son al Rey” decís que “el Señor te quita toda angustia y depresión”. ¿Eso fue lo que te pasó?
- Sí, me sacó de la ansiedad, de la depresión, de la falta de paz.
- ¿De dónde venía ese malestar?
- No sé realmente, si en ese momento lo tenía todo, cómo llegaron la depresión y la ansiedad a ocuparse de mi vida. Pero llegaron. Yo pensaba que un Grammy me iba a quitar la depresión, pero no. Me la quitó el amor de Dios. El Señor tiene un lugar en el corazón del hombre, y cuando llenamos ese lugar de otras cosas, pues son inconstantes. Lo llené con la Palabra de Dios, y ya no me he vuelto a deprimir.
- A tu mujer también le das status divino, en “Mi bendición”.
- Claro, porque es un regalo de Dios, definitivamente. Nuestras mujeres son algo muy importante en nuestras vidas. Esa canción es un realce a sus cualidades y a lo que ha significado ella en mi vida. Es la que me inspira todas estas canciones.
- Una buena noticia para los matrimonios de décadas, como el tuyo.
- Claro que sí. El matrimonio es una empresa, y hay que cuidarlo.
Fuente: Diario Clarín
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

viernes, 20 de agosto de 2010

Testimonio: "La felicidad se hizo carne en Jesús"

Para quien es cristiano y ama con todo su ser a la Iglesia tal como ella es, y como su madre le ha enseñado a quererla, el escándalo es inevitable cuando percibe la caída, repentina y continuada, del porcentaje de personas que acuden a la Iglesia, como los medios de comunicación hoy ponen de manifiesto.
¿Cómo no intentar comprender que algo no funciona? Y esto no se puede relacionar, de forma moralista, sólo con la libertad del individuo. Se despierta en el corazón la impresión de que la infidelidad al Espíritu afecta incluso a algunas expresiones de quienes enseñan el catecismo, cosa que -por la confianza concedida a ciertos valores y opiniones propios del clima descristianizado que nos rodea- se puede llegar a valorar como un signo de los tiempos, en lugar de leerse a la luz del misterio de Cristo. En suma, este “algo” que falta no atañe a la naturaleza del don de Cristo. ¡No es un defecto de origen!
Se trata, por el contrario, de una reducción de lo que Cristo ha querido obrar entre los hombres, todos debilitados por el pecado original: Cristo vino por esto. La decisión de seguir a Cristo pueden llevarla adelante hombres que consideran su dedicación a la Iglesia a la luz del poder terreno, conservando así el origen y la dinámica de la acción de todos, incluidos los no cristianos; y, de este modo, la ausencia de sentido del Misterio traiciona la naturaleza del acontecimiento mismo de Cristo.
De hecho se puede ser fieles a la letra de la Tradición sin recibir una educación en un método cristiano que permita conocer los fundamentos de todo lo que hay en la Iglesia. Pensando en los comienzos de mi propio camino quisiera observar que el estímulo para renovar surgió en mí precisamente de la fidelidad a los términos de la Tradición, a la enseñanza y a la práctica de la Iglesia. Entré en el Seminario jovencísimo, persuadido de que Comunión y Confesión eran consecuencias necesarias del Bautismo. Era un joven seminarista, un muchacho obediente, ejemplar, hasta que un día ocurrió algo que cambió radicalmente mi vida. Fue cuando un profesor me explicó en el Seminario la primera página del Evangelio de Juan: “El Verbo de Dios, es decir, el objeto de las exigencias del corazón humano, el objeto último de los deseos de cada hombre -la felicidad-, se ha hecho carne". Mi vida se vio literalmente invadida por esto: la memoria de ello persistentemente repercutía en mi pensamiento, y me estimulaba para valorar la banalidad cotidiana. El instante dejó, desde entonces, de ser banal para mí. Todo lo que existía, todo lo que era bello, verdadero, atrayente, fascinante, hasta como simple posibilidad, tenía en aquel mensaje su razón de ser, adquiría la certeza de una presencia que constituía la esperanza de poder abrazarlo todo.
Lo que me diferenciaba de los que me rodeaban era el anhelo y el deseo de comprender. Éste es el terreno en el que ha arraigado siempre nuestra devoción a la razón. Me interesé por los estudiantes porque las relaciones que tuve ya desde mis primeros tiempos de profesor en el Seminario eran todas con estudiantes. No elegí un ambiente específico donde decir ciertas cosas; simplemente me encontré allí.
Un día coincidí con tres chicos en el tren, yendo a Rímini. No los conocía y los vi terriblemente ignorantes y cargados de prejuicios respecto al hecho cristiano. Ésta fue la razón que me llevó a pedir a los superiores abandonar la enseñanza de la Teología en el Seminario para dedicarme a la tarea de estar presente entre los chicos de las escuelas de Milán.
Lo que les decía no nacía de un análisis del mundo estudiantil, sino de lo que me habían dicho mi madre y el Seminario. Se trataba, en síntesis, de hablar a otros con palabras tomadas de la Tradición, pero asumidas conscientemente y comunicadas hasta en sus implicaciones metodológicas.
¡Lo que hacía lo habría hecho en cualquier otro lugar de la Iglesia! Aquello que sentía y veía era algo nuevo, que no había intuido antes más que en los textos de los Padres y de los Papas. El tomar conciencia de ello nacía de una experiencia. Las mismas palabras del Evangelio y de la Tradición las leía de un modo nuevo.
La diferencia entre los integristas, los tradicionalistas y nosotros es que, mientras ellos querían devolver a todos a la condición anterior para salvar las formas antiguas (imitando mecánicamente a sus padres), nosotros pensábamos que, justamente para salvar la Tradición, era necesario comprender en qué consistía su contenido, mostrar su razón de ser y el ejemplo de cómo vivirla. Yo “entendía", y otros conmigo, que Cristo estaba allí, presente.
Procuré aclararme, explicarme esta gracia de conocimiento y reflexión que había recibido. Muchas veces no me sentía aceptado por las parroquias o las asociaciones oficiales; sin embargo, de la imagen que me venía nacían una alegría y una seguridad en el hecho cristiano incomparables, convirtiéndolo en un hecho que colmaba todo el corazón lo abría a toda la realidad de la Iglesia en el mundo. Y dicha certeza, esperanza y apertura se transmitían a los chicos que empezaban a seguirme.
Estaba brotando un modo de sentir la presencia de Jesús en la Iglesia como respuesta total y totalizante a las preguntas del mundo. Me di cuenta muchos años después, justamente a través de la confrontación con la autoridad de la Iglesia, siempre buscada y querida, de que mi deseo y la pasión que sentía en mi corazón por esta novedad de vida eran una gracia particular del Espíritu, lo que se llama carisma. Fui viendo con claridad cómo el carisma es la forma concreta en que el Espíritu hace nacer en el corazón del hombre una comprensión y un afecto por Cristo adecuados a un determinado contexto histórico. Y quien lo recibe “debe” colaborar con el mandato de Cristo: “¡Vayan por todo el mundo!". Del don que se le hace a un individuo comienza una experiencia de fe que puede resultar, de algún modo, útil para la Iglesia.
Comprendo que haya formas expresivas que le resulten a uno más interesantes que otras, pero puede darse un carisma que traduzca y comunique con conciencia clara aquello que san Pablo afirma de la criatura nueva; no sólo de la inteligencia nueva o del corazón nuevo lleno de caridad, sino integralmente de ¡la nueva criatura! Y esto mediante una reafirmación de lo que es el método cristiano. Igual que Dios se hizo presente en el hombre Jesús de Nazaret, también nuestra fórmula para sentir cómo vibra el Protagonista de esta historia es verificar su Presencia integralmente humana, lo que da origen a algo que en su totalidad llega a ser germen de un hombre distinto y semilla de una sociedad distinta.
La dinámica consistente en reconocer y verificar la Presencia de Cristo nos vuelve a todos creativos y protagonistas y nos descubre cómo la actividad del cristiano es, por naturaleza, misionera; es decir, comparte el método mismo de Cristo, que creó la Iglesia para darse a conocer a todo el mundo. El fin de la existencia cristiana es, entonces, la gloria humana de Cristo en la historia. Por eso amamos todas las formas de vida cristiana que la Iglesia reconoce y estamos dispuestos, dentro de nuestros límites, a colaborar con cualquier iniciativa. Todo lo que hacemos sólo podemos concebirlo como misión: es el destino último de cada una de nuestra acciones.
Nuestra certeza, fuente de alegría, es que pertenecemos a la Iglesia, de cuya autoridad -tal como se manifiesta a todos los niveles- dependemos; pidiendo que se nos reconozca dispuestos a sacrificar incluso la vida, pero, por encima de todo, dispuestos en cada momento a convertir nuestra mente y nuestro corazón abandonando la mentalidad mundana.
Por esto, nuestra concepción moral, que reconoce el sometimiento del hombre al pecado original, desea atravesar la apariencia de cada cosa, en la simpatía profunda por Cristo presente, para afirmar el Significado último, para que la relación con todo se vea como signo del Destino e invitación hacia Él. El cristiano es por ello un hombre que percibe cómo la eternidad está al acecho en cada apariencia.
Por P. Luigi Giussani, del Movimiento Comunión y Liberación
Fuente. Mopal
Editado por Antonio
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CON JESÚS EN MI VIDA

lunes, 9 de agosto de 2010

7 de agosto: San Cayetano

San Cayetano: caminamos con fe pidiendo tu protección. El lema de este año es muy especial. Como siempre, fue el más elegido por los peregrinos. Es bien directo y con un pedido concreto. Le pedimos a nuestro querido San Cayetano que nos proteja: es que somos peregrinos, gente que va de camino, y ya sabemos que el que sale a la calle necesita protección.
Por eso le decimos: “San Cayetano, caminamos con fe pidiendo tu protección”. Es linda la primera afirmación: San Cayetano, caminamos con fe. Lo nombramos primero al santo para que nos mire, como diciendo “San Cayetano mirá que caminamos con fe”. Nos alegra y enorgullece que nos veas aquí, haciendo la fila, caminando en la fe de la Iglesia.
La fe la tenemos. Nuestro pueblo tiene fe. Creemos en Dios nuestro Padre. Creemos en Jesucristo su único Hijo, nuestro Señor. Creemos en Dios Espíritu Santo, Señor y dador de Vida. Creemos en nuestra Madre la Iglesia, creemos en la Comunión de los Santos, que nos hace venir a vos, junto con todos nuestros hermanos y hermanas, a pedirte que, junto con la Virgen y todos los santos del cielo, intercedan por nosotros que necesitamos protección.
La protección que pedimos es para todas las necesidades de nuestra vida: la salud, el pan, el trabajo… También pedimos protección ante la inseguridad que produce tanta violencia desatada en nuestra sociedad. Pero junto con estas cosas pedimos de manera especial protección para nuestra fe. Te pedimos que protejas, conserves y aumentes nuestra fe.
Porque vivimos en medio de una cultura cada vez más pagana. Una cosa es ser pagano si uno nació en una cultura que no conoce aún la verdad del Evangelio y la bondad de Jesucristo. Pero para nosotros, hacer como si Jesucristo no hubiera venido a salvarnos, es dar un paso muy atrás. Es como negar a nuestros padres y a nuestros abuelos. Es como querer no tener historia. Es como si eligiéramos ser huérfanos, gente desamparada, que tiene que empezar de cero sin contar con el tesoro de la sabiduría de nuestros mayores. Al hacer como si Jesucristo no existiera, al relegarlo a la sacristía y no querer que se meta en la vida pública, negamos tantas cosas buenas que el cristianismo aportó a nuestra cultura, haciéndola más sabia y justa; a nuestras costumbres, haciéndolas más alegres y dignas…
Si somos personas de bien no debemos desconocer tantas gracias recibidas. Nosotros hemos escuchado el anuncio del Evangelio, somos gente bautizada en el Nombre del Padre y del Hijo y del Espíritu Santo, gente que ha vivido cuidada con el amor infinito de la providencia de nuestro Padre Dios y amparada bajo el manto de ternura de la Virgen María. Nosotros hemos sido marcados con el signo de la cruz y le pertenecemos a Jesús que nos compró con su Sangre. Si en algo fallan nuestros valores es porque no los vivimos a fondo. No es que tengamos que reemplazarlos por otros sino que tenemos que arrepentirnos de no haberlos guardado bien y comenzar a vivirlos en toda su plenitud.
Y mientras caminamos con fe pedimos tu protección para nuestro amor. Te pedimos que cuides, conserves y acrecientes nuestro amor. Creemos con todo el corazón que es verdad lo que dice el Evangelio: que el que recibe los mandamientos de Jesús y los cumple, ése lo ama y el que ama a Jesús es amado por el Padre, que lo cuida y lo protege como a su hijo querido.
Le pedimos San Cayetano que cuides este amor en el corazón de nuestro pueblo, en cada familia, en cada institución. Que nos cuides el amor misericordioso para compadecernos de los que sufren y ayudarlos como hizo el buen Samaritano. Te pedimos San Cayetano que nos cuides nuestro amor de caridad, ese amor gratuito que nos hace alegres en todo lo que sea positivo y creativo, en busca de un bien siempre mayor. Te pedimos San Cayetano que cuides nuestro amor familiar: el amor con que se aman los esposos, el amor que hace que los hijos honren a sus padres y que los padres tengan paciencia con sus hijos y los alienten. Te pedimos San Cayetano que protejas en nosotros nuestro amor de amistad, que establece vínculos de igualdad entre las personas de toda condición y es la base de las relaciones sociales.
Y mientras caminamos con fe y amor, te pedimos también que protejas nuestra esperanza. Nosotros somos conscientes de que hemos recibido una bendición y que esa bendición es al mismo tiempo una promesa. Queremos transmitir esta bendición-promesa a nuestros hijos. Decirles: “Que el Señor te bendiga y te proteja…” –como dice tan lindo la primera lectura-. “Que el Señor haga brillar su rostro sobre vos y te muestre su gracia. Que el Señor te descubra su rostro de Padre bueno y te conceda la paz”. San Cayetano, cuidá nuestra esperanza. Protegela de los males que la amenazan: el bajar los brazos, el tirar la toalla, el apagar la mirada pensando que no vale la pena, que en este país no se puede… ¡Nada de eso! Con tu ayuda levantamos los brazos, para bendecir al Cielo y para trabajar la tierra. Con tu ayuda nos ceñimos la toalla, como hizo Jesús en la última cena y le lavamos los pies a nuestros hermanos. Con tu ayuda encendemos la mirada y contemplamos el futuro con esperanza: ¡cuánto nos ha dado el Señor! ¡Cómo no soñar con todo lo que tiene para darle a nuestros hijos!
“San Cayetano: caminamos con fe pidiendo tu protección".
Por Cardenal Jorge Bergoglio
Editado por Antonio
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CON JESÚS EN MI VIDA