viernes, 28 de enero de 2011

"Por el camino de Emaús"

A todos los que fueron y son mis compañeros de camino:
Abriendo el corazón para compartir mi sentir interior en este 25° Aniversario de mi ordenación sacerdotal, me surge ante todo una profunda acción de gracias al Señor.
Desde la primera y luminosa gracia del llamado en mi adolescencia hasta hoy, no he dejado de experimentar su Presencia cercana y amorosa junto a mí y a ustedes. Primero en la Diócesis de Rafaela: en el Seminario Mayor de Córdoba, en Humberto Primo, Ataliva, Moisés Ville, Sunchales, Colonia Aldao y sus pueblos y colonias. Después en Nazaret: en Castelar, Buenos Aires, Alta Córdoba y la Santísima Trinidad. En el Movimiento de la Palabra de Dios, junto a Ricardo y a Mercedes, y a tantos hermanos, abrazando los desafíos de la gracia de un tiempo fundacional. El Espíritu Santo ha querido derramar un carisma nuevo en la Iglesia, lo sembró en mi corazón, y me invitó a servirlo. Así el Señor me llamó a una nueva entrega, a la que también se unieron generosamente mi familia y mi Diócesis, que sumó para mí a la gracia del sacerdocio la de la consagración. Y que ensanchó los horizontes de mi misión “a todos los pueblos”.
En cada tramo la Presencia de Jesús fue compañía amorosa, capaz de escucharme y de acogerme, aún en su silencio, para iluminarme finalmente a la luz de su Pascua. Él fue encendiendo mi corazón con su Palabra de amor y de luz cuando pareció que la esperanza era una mera ilusión.
En la Fracción del Pan eucarístico las sombras finalmente se disipan, los ojos se abren, se deja reconocer. Su Presencia en medio me trae certezas vivas que me ponen nuevamente en el camino del testimonio y del anuncio allí donde su Iglesia es congregada por el Espíritu. ¡Es verdad, el Señor ha resucitado y nos enseña y acompaña en el camino! ¡Jesús está vivo, y el misterio de nuestra vida, tantas veces gozosa, tantas dolorosa, se devela a la luz de las Escrituras leídas desde su Pascua, escuchando en ellas la voz del Dios que nos habla!
Hace 25 años elegí como lema sacerdotal la expresión de San Pablo a los Filipenses que dice “Para mí la vida es Cristo, y la muerte una ganancia” (1, 21). Estuvo y está siempre viva animando cada entrega, cada servicio. En este aniversario, desde el inmenso e impensado regalo de la participación en Roma de la Clausura del Año Sacerdotal, el Señor me llevó a Efesios 5, 1-2: “Traten de imitar a Dios, como hijos suyos muy queridos. Practiquen el amor a ejemplo de Cristo, que nos amó y se entregó por nosotros, como ofrenda y sacrificio agradable a Dios”.
En la gracia sacerdotal, soy reconocido y llamado “padre”. Comienzo mi firma con una letra P.- Felipe le dijo a Jesús: “Muéstranos al Padre y eso nos basta”. Le pido al Señor la gracia de hacerme uno con Él, como hijo de Dios muy querido, para que “quien me ve a mí vea al Padre”. Sé que desde la conversión cotidiana a la vida del amor será posible que por las obras el Padre se manifieste en mí, como se manifestó amándonos en la entrega de su Hijo como ofrenda por la salvación del mundo.
Siguen resonando fuerte en mi corazón las palabras de la Iglesia en boca del Obispo en las ordenaciones diaconal y sacerdotal: “Cree lo que lees, enseña lo que crees, practica lo que enseñas”; “Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras, y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”,… “apacentando el rebaño del Señor, guiado por el Espíritu Santo”. Le pido al Señor que escuche y derrame hoy y hasta el fin la gracia pedida en la oración por la que fui ordenado: “…Renueva en su corazón el espíritu de santidad, reciba de ti el segundo grado del ministerio sacerdotal y sea, con su conducta, ejemplo de vida.” Se lo pido en el camino de la santidad comunitaria a la que me siento llamado en Nazaret.
Confío en que en la misericordia del Señor y en la de mis hermanos soy abrazado, y mis pecados son perdonados. Tantas veces necesité pedir perdón. Tantas fui testigo, como confesor pero también como hermano, del milagro del amor que hace nuevas todas las cosas, todos los vínculos. El amor vence siempre. Al Amor que venció la más oscura de las noches hoy le digo: ¡Gracias, aquí estoy porque me has llamado, para hacer, oh Dios, tu voluntad!
A la Virgen de Guadalupe, Madre de la Palabra de Dios y Guardiana de nuestra fe, vuelvo a confiarle mi vida ahora y hasta la hora de mi muerte, en la que espero me reciba como Puerta del Cielo. A ustedes los invito a que se unan a mi acción de gracias, y les pido que intercedan por mí para que sea fiel en lo poco y en lo mucho. Cuenten con mi oración pidiendo la misma gracia para cada uno. Gracias por compartir este camino. El Señor los bendiga y nos encienda siempre más en su Amor.
P. Walter R. Chiesa mpd
Córdoba, diciembre de 2010
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA