viernes, 20 de abril de 2012

Padre, papá, papi...

Antiguamente, en las familias la madre fue siempre el eje sentimental de la casa, el padre siempre la autoridad suprema. Cuando el padre miraba fijamente a la hija, esta abandonaba todo; a una orden del padre los hijos varones cortaban leña, alzaban bultos o se hacían matar en la guerra.
Todo empezó a cambiar hace unas siete décadas, cuando el padre dejó de ser el padre y se convirtió en papá.
El mero sustantivo era ya una derrota. Padre es una palabra sólida, rocosa, imponente; papá es un apelativo para oso de felpa o para perro faldero; da demasiada confianza.
Además, la segunda derrota es que papá es una invitación al infame tuteo, con el uso de papá el hijo se sintió autorizado para protestar, cosa que nunca había ocurrido cuando el papá era el padre. A diferencia del padre, el papá era tolerante. Permitía al hijo que fumara en su presencia, en vez de prohibírselo, como hacía el padre en circunstancias parecidas. Los hijos empezaron a llevar amigos a la casa y a organizar bailes y bebidas, mientras papá y mamá se desvelaban y comentaban en voz baja: Bueno, por lo menos tranquiliza saber que están tomándose unos tragos en casa y no en quién sabe dónde.
El papá marcó un acercamiento generacional muy importante, algo que el padre desaconsejaba por completo.
Los hijos empezaron a comer en la sala mirando la tele, mientras papá y mamá lo hacían solos en la mesa; tomaban el teléfono sin permiso, sacaban dinero de la cartera de sus padres y usaban sus mejores camisas. La hija comenzó a salir con pretendientes sin chaperón y a exigirle a papá que no le pusiera mala cara al insoportable novio y que le ofreciera que, en vez de llamarlo "señor González", como habría llamado al padre, que lo llamara simplemente "Tato"...
Papá seguía siendo la autoridad de la casa, pero una autoridad bastante maltrecha. Nada comparable a la figura prócer del padre. Era, en fin, un tipo querido; lavaba, planchaba, cocinaba y, además, se le podía pedir un consejo o también dinero prestado.
Y entonces... vino papi.
Papi es un invento reciente de los últimos 20 ó 30 años. Descendiente menguado y raquítico de padre y de papá, ya ni siquiera se le consulta ni se le pregunta nada. Simplemente se le notifica.
Papi, me llevo el auto, dame para nafta. Le ordenan que se vaya al cine con mami mientras los hijos están de fiesta y que, cuando vuelvan, entren en silencio por la puerta de atrás. Tiene prohibido preguntarle a la nena quién es ese tipo despeinado que desayuna descalzo en su cocina. Ni hablar de las tarjetas de crédito, la ropa, el turno para ducharse, la afeitadora, el ordenador, las llaves. Lo tutean y hasta le indican cómo dirigirse a ellos: ¡Papi, no me vuelvas a llamar "chiquita" delante de Jonathan!
Aquel respeto que inspiraba el padre y, hasta cierto punto el papá, se transformó en exceso de confianza además de convertirse en un franco abuso hacia papi:
¡Oye, papi, se me está acabando el whisky! ¡Oye papi, anda a comprar pan!
No sé qué seguirá después de papi. Supongo que la esclavitud o el destierro definitivo.
Yo estoy aterrado, después de haber sido nieto de padre, hijo de papá y papi de mis hijos, mis nietas han empezado a llamarme "pa"..........!!!
Querrá decir ¿pa qué m… servís?
¿Padre, Papá y Papi?
Hasta hace cosa de un siglo, los hijos acataban el cuarto mandamiento como un verdadero dictamen de Dios. Imperaban normas estrictas de educación: Nadie se sentaba a la mesa antes que el padre, nadie hablaba sin permiso del padre, nadie repetía el almuerzo sin el permiso del padre, nadie se levantaba de la mesa si el padre no se había levantado antes; por algo era el padre.
Cualquier (no) semejanza con la realidad actual no es por mera coincidencia….
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

viernes, 13 de abril de 2012

El pan de Jesús

Al cabo de meses de encontrarse sin trabajo, Víctor, se vio obligado a recurrir a la mendicidad para sobrevivir, cosa que detestaba profundamente. Una fría tarde de invierno se encontraba en las inmediaciones de un club privado cuando observó a un hombre y su esposa que entraban al mismo.
Víctor le pidió al hombre unas monedas para poder comprarse algo de comer.
- Lo siento, amigo, pero no tengo nada de cambio -replicó éste. La  mujer, que oyó la conversación, preguntó:
- ¿Qué quería ese pobre hombre?
- Dinero para una comida. Dijo que tenía hambre -respondió su marido.
- Lorenzo, no podemos entrar a comer una comida suntuosa que no necesitamos y ¡Dejar a un hombre hambriento aquí afuera!
- Hoy en día hay un mendigo en cada esquina! Seguro que quiere el dinero para beber.
-¡Yo tengo un poco de cambio! Le daré algo.
Aunque Víctor estaba de espaldas a ellos, oyó todo lo que dijeron, avergonzado, quería alejarse corriendo de allí, pero en ese momento oyó la amable voz de la mujer que le decía:
- Aquí tiene unas monedas. Consígase algo de comer, aunque la situación está difícil, no pierda las esperanzas. En alguna parte hay un empleo para usted. Espero que pronto lo encuentre.
-¡Muchas gracias, señora! Me ha dado usted ocasión de comenzar de nuevo y me ha ayudado a cobrar ánimo. Jamás olvidaré su gentileza.
-Estará usted comiendo El Pan de Cristo! Compártalo -dijo ella con una cálida sonrisa dirigida más bien a un hombre y no a un mendigo.
Víctor sintió como si una descarga eléctrica le recorriera el cuerpo, encontró un lugar barato donde comer, gastó la mitad de lo que la señora le había dado y resolvió guardar lo que le sobraba para otro día, comería el pan de Cristo dos días. Una vez más, aquella descarga eléctrica corría por su interior. ¡El Pan de Cristo!
-¡Un momento! -pensó-. No puedo guardarme el pan de Cristo solamente para mí mismo.
Le parecía estar escuchando el eco de un viejo himno que había aprendido en la escuela dominical. En ese momento pasó a su lado un anciano.
-Quizás ese pobre anciano tenga hambre -pensó-. Tengo que compartir el pan de Cristo.
- Oiga -exclamó Víctor-. ¿Le gustaría entrar y comerse una buena comida?
El viejo se dio vuelta y lo miró con descreimiento.
- ¿Habla usted en serio, amigo? El hombre no daba crédito a su buena fortuna hasta que se sentó a una mesa cubierta con un hule y le pusieron delante un plato de guiso caliente. Durante la cena, Víctor notó que el hombre envolvía un pedazo de pan en su servilleta de papel.
- ¿Está guardando un poco para mañana? -le preguntó.
- No, no. Es que hay un chico que conozco por donde suelo frecuentar, la ha pasado mal últimamente y estaba llorando cuando lo dejé, tenía hambre. Le voy a llevar el pan.
- El Pan de Cristo! Recordó nuevamente las palabras de la mujer y tuvo la extraña sensación de que había un tercer Convidado sentado a aquella mesa. A lo lejos las campanas de una iglesia parecían entonar a los dos el viejo himno que le había sonado antes en la cabeza.
Los dos hombres llevaron el pan al niño hambriento, que comenzó a engullírselo. De golpe se detuvo y llamó a un perro, un perro perdido y asustado.
- Aquí tienes, perrito. Te doy la mitad -dijo el niño. El Pan de Cristo alcanzará también para ti.
El niño había cambiado totalmente de semblante. Se puso de pie y comenzó a vender el periódico con entusiasmo.
- Hasta luego -dijo Víctor al viejo-. En alguna parte hay un empleo para usted. Pronto dará con el. No desespere.
- ¿Sabe? -su voz se tornó en un susurró-. Esto que hemos comido es el Pan de Cristo. Una señora me lo dijo cuando me dio aquellas monedas para comprarlo. El futuro nos deparará algo bueno! Al alejarse el viejo, Víctor se dio vuelta y se encontró con el perro que le olfateaba la pierna. Se agachó para acariciarlo y descubrió que tenía un collar que llevaba grabado el nombre del dueño. Víctor recorrió el largo camino hasta la casa del dueño del perro y llamó a la puerta.
Al salir éste y ver que había encontrado a su perro, se puso contentísimo, de golpe la expresión de su rostro se tornó seria. Estaba por reprocharle a Víctor que seguramente había robado el perro para
cobrar la recompensa, pero no lo hizo, Víctor ostentaba un cierto aire de dignidad que lo detuvo.
En cambio dijo: - En el periódico vespertino de ayer ofrecí una recompensa. ¡Aquí tiene! Víctor miró el billete medio aturdido.
- No puedo aceptarlo -dijo quedamente-. Solo quería hacerle un bien al perro.
- Téngalo! Para mi lo que usted hizo vale mucho más que eso, le interesará un empleo? Venga a mi oficina mañana, me hace mucha falta una persona íntegra como usted.
Al volver a emprender Víctor la caminata por la avenida, aquel viejo himno que recordaba de su niñez volvió a sonarle en el alma, se titulaba:
'Parte el Pan de Vida'...
"No te canses de dar, pero no des las sobras, da hasta sentirlo, hasta que duela"
Editado por Antonio
Administrador del blog
 CON JESÚS EN MI VIDA

domingo, 8 de abril de 2012

Feliz Pascua de resurrección: "He aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo"

Pasado el día de reposo, al amanecer del primer día de la semana, vinieron María Magdalena y la otra María, a ver el sepulcro. Y hubo un gran terremoto; porque un ángel del Señor, descendiendo del cielo y llegando, removió la piedra, y se sentó sobre ella. Su aspecto era como un relámpago, y su vestido blanco como la nieve.  Y de miedo de él los guardas temblaron y se quedaron como muertos. Mas el ángel, respondiendo, dijo a las mujeres: No temáis vosotras; porque yo sé que buscáis a Jesús, el que fue crucificado. No está aquí, pues ha resucitado, como dijo. Venid, ved el lugar donde fue puesto el Señor. E id pronto y decid a sus discípulos que ha resucitado de los muertos, y he aquí va delante de vosotros a Galilea; allí le veréis. He aquí, os lo he dicho. Entonces ellas, saliendo del sepulcro con temor y gran gozo, fueron corriendo a dar las nuevas a sus discípulos. Y mientras iban a dar las nuevas a los discípulos, he aquí, Jesús les salió al encuentro, diciendo: “Salve” Y ellas, acercándose, abrazaron sus pies, y le adoraron. Entonces Jesús les dijo: “No temáis; id, dad las nuevas a mis hermanos, para que vayan a Galilea, y allí me verán”.
Los once discípulos se fueron a Galilea, al monte donde Jesús les había ordenado. Y cuando le vieron, le adoraron; pero algunos dudaban. Y Jesús se acercó y les habló diciendo: “Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra. Por tanto, id, y haced discípulos a todas las naciones, bautizándolos en el nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado; y he aquí yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo. Amén”.
Editado por Antonio
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CON JESÚS EN MI VIDA

domingo, 1 de abril de 2012

Mons. Sigampa: "Yo soy como el burro de Jesús del domingo de Ramos"

La Iglesia, ¿que és? Es una comunidad convocada y reunida por los apóstoles, una cuna fundada con los testigos de la Resurrección, que son ellos. Por eso tenemos que mantener vivo e intacto, este testimonio de los apóstoles. Ésta es la tarea nuestra hoy, ser testigos de Cristo para anunciarlo y hacerlo presente.
Ustedes dirán, y ¿cuándo va a hablar de estos veinticinco años? ¡Ahora! ¡Ahora!
Es feo hablar de uno mismo. Quiero decirles que cada año que pasa, cuando celebramos el Domingo de Ramos, hay un texto del Evangelio que siempre me ha llamado la atención, y no solamente la atención, pues siempre me he sentido identificado con él.
Jesús mandó a dos hombres que buscaran un burro, ¡y aquí lo tienen! El que les habla. ¡Desántelo y tráiganlo!, les dice Jesús. Es fácil desatar a un animalito, pero conmigo no fue fácil porque me llevó años de preparación: del Bautismo, para la Confirmación, para la Eucaristía, de los años del Seminario, de la vida pastoral como sacerdote. ¿Y por qué tienen que traerlo, desatarlo? Porque “el Señor lo necesita”. A mí me asustó, que el Creador del mundo, el dueño del mundo, necesite de este burrito. Y dice: “Y lo llevaron hasta Jesús”.
Y a mí también, me llevaron hasta Él. Más, dice que algunos pusieron mantos sobre el burro un poco para disimular, para que no se escandalicen, y a este burrito también. Lo tapan para que no se vea esa realidad que el Señor la necesita. Y lo necesita para entrar en Jerusalén, va a entrar a ofrecer su vida, a dar su vida en el sacrificio. Y Cristo nos necesita para entrar en los pueblos, necesita de nosotros. Y ahí comprendí del labio del Señor cuando nos dice “Mi yugo es suave y mi carga es liviana”. Y es verdad. Lo que pasa que el yugo es suave y la carga liviana en una estructura de pecado, de mala vida, se siente. ¡Se siente! ¡Sentimos! Pero que importa todo esto. Lo que importa es lo siguiente: que el Señor llegue, que el Señor entre en los pueblos y su entrada produce alegría. Produce alegría en los discípulos que lo rodean, y también suscita en el corazón de ellos la capacidad de alabar a Dios.
También nos dice “después de traerlo, utilizarlo, para que el Señor llegue a los pueblos, dice “no se aflijan porque lo va a devolver”. El Señor no se queda con lo ajeno, lo devuelve.
Hace poco, como saben que yo tengo poco hilo en el carretel, porque uno va llegando a los límites, y bendito sea Dios que nos ponga límites, un obispo me dice “Sigampa, ¿qué vas a hacer después de jubilado? Porque te necesito en mi arquidiócesis. Bueno le respondí: “Asegúrate que cuando vaya no ande hablando solo, que esté aún lúcido”. Porque cuando me nombraron obispo, en mi pueblo nada se pierde: todo se comenta. Y, al obispo normalmente le dicen “el ordinario del lugar”. Y una comadre dijo: “además de ser negro ahora es ordinario.” ¡Gracias por el piropo!
Y hay que tomarlo así, porque te vas a enojar. Es real, es negro y ordinario. Calidad del burro. Digo esto porque a veces nos asustamos, nos creemos, nos creemos. Si el Señor, que es el Hijo de Dios, necesita de cada uno de nosotros; su Padre podría hacer maravillas sin nosotros; pero Él quiere asociarnos para hacer esas maravillas a pesar de nosotros. Y muchas veces con los otros.
A veces tenemos el afán de complicarnos y de complicar la vida a los otros: debemos vivir la sencillez de la vida como Jesús. Nacer en un triste corral, con la vaquita, el buey y otros bichos que estaban allí, que no se asustaron del Señor, estuvieron al lado de Él. Y entonces mirar nuestra vida así desde los ojos de Dios. Mirarnos así. Eso nos hace mucho bien, porque cuando se nos suben los humos a la cabeza y pensamos que somos algo más, el mismo Señor se encarga de ponernos en vereda, y a mí me puso muchas veces en esa vereda, ¡y se lo agradezco!
Hoy quiero agradecerle al Santo Padre por la carta que me mandó, demasiado elogiosa para mí. Claro que el Papa no me ve de cerca, seguramente que otros le informaron. Pero acepto lo que me dice, porque viene de Él. Porque lo queremos de verdad, porque hoy sufre. Y sufre, no por sus pecados sino por nuestros pecados, de nosotros los sacerdotes. Avergonzamos a la Iglesia.
Mi familia al principio no estaba muy de acuerdo, lo cual es una buena señal para la vocación. Que no estén de acuerdo. No están obligados a estar de acuerdo. Le costó horrores. Bueno, ahora estamos más o menos bien.
Yo siempre me pregunté por qué me cambiaban de diócesis. Siempre sospeché que me cambiaban por inútil, porque estuve ocho años en Reconquista. El día de Navidad el Señor Nuncio me dice “le hago un regalo: vuelve a La Rioja”. Acepté el regalo de Navidad. Y fui. Era otra experiencia. Una experiencia profunda de Dios, una experiencia que tiene vetas de dolor, de sufrimiento, de lágrimas y muchas veces también de alegría. Por eso en aquellos tiempos yo elegí como lema “Alegraos en el Señor”, porque yo he visto llorar a los obispos, sin taparse la cara, por la dureza de los mismos cristianos. Los diarios de la época revelan todas estas penas. Para el primero usaron una palabrota: nunca contestó. El segundo, como no era de rancia estirpe, lo tenían por ordinario. No digamos nada del tercero, cuestionado, hasta hoy. Pero ese es el camino que vivió el Señor y por ese camino nos hace transitar. Por eso cuando el Sr. Nuncio me llamó aquel día de febrero de 1985, cuando se inicia la Cuaresma, me dijo “el Santo Padre lo eligió Obispo de Reconquista”. Yo le dije “Jamás”, porque me recordaba y tenía en mis ojos a los hombres de Dios, a los obispos llorando, y yo no quiero ser de ese gremio, le manifesté. Y le puse ocho objeciones para no serlo. Él las escuchó solemnemente y cuando terminé de hablar me dijo “Todo eso ya ha sido estudiado, la Iglesia insiste”. Y recordé una frase de mi abuela que iba a la universidad a vender galletas en la puerta: “tienes razón pero es tan poca que no te sirve de nada”.
Entonces, después de poner las objeciones que en conciencia creía que debía hacérsela saber, dije yo, pensando en dos personas: uno en Abraham y la otra en la Virgen. “Vete a la tierra que te mostraré”.
Cuando llegué a Reconquista estaban inundados; entonces dije ¿dónde está la tierra, Señor? Agua. En la Rioja no hay agua, los sapos se ahogan porque no saben nadar. ¡Qué hago yo en medio del agua?, no hay tierra.
Y la otra figura, la Virgen. Cuando Dios la llama y le hace el pedido, después de discernirlo con profundidad, responde: “He aquí la esclava del Señor”, y pone toda su persona a disposición de Dios. Yo dije, yo que me preciaba de varón, de hombre, estoy arrugando todo, y la Virgen me dijo adelante, hijo. ¿Por qué? Porque tenemos en Ella una Madre fuerte, Ella vio a su Hijo morir en la cruz, y no se arrugó. ¡Esa es la Madre que tenemos! Y digo: si esa era mi Madre, yo no puedo defraudarla. ¡Y es así que aquí estoy! Dígale al Santo Padre que sí. Y allí cambió la literatura: “Excelencia” me dijo el Nuncio. Me quedaba grande el título.
Les digo así, contándoles a ustedes qué pasa con el corazón de un hombre, llamado por Dios para una tarea que Él necesitaba hacer. Uno espera al final el juicio de Él, y creo yo que Él sabe, porque Él mismo dijo “Yo no vine a juzgar sino a salvar”, y va a emplear la misericordia de su Padre para con nosotros, en especial para con este obispo. Muchas gracias.
Por monseñor Fabriciano Sigampa, obispo de Resistencia
en la misa de sus Bodas de Plata, el 3 de mayo de 2010
Editado por Antonio
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