domingo, 1 de abril de 2012

Mons. Sigampa: "Yo soy como el burro de Jesús del domingo de Ramos"

La Iglesia, ¿que és? Es una comunidad convocada y reunida por los apóstoles, una cuna fundada con los testigos de la Resurrección, que son ellos. Por eso tenemos que mantener vivo e intacto, este testimonio de los apóstoles. Ésta es la tarea nuestra hoy, ser testigos de Cristo para anunciarlo y hacerlo presente.
Ustedes dirán, y ¿cuándo va a hablar de estos veinticinco años? ¡Ahora! ¡Ahora!
Es feo hablar de uno mismo. Quiero decirles que cada año que pasa, cuando celebramos el Domingo de Ramos, hay un texto del Evangelio que siempre me ha llamado la atención, y no solamente la atención, pues siempre me he sentido identificado con él.
Jesús mandó a dos hombres que buscaran un burro, ¡y aquí lo tienen! El que les habla. ¡Desántelo y tráiganlo!, les dice Jesús. Es fácil desatar a un animalito, pero conmigo no fue fácil porque me llevó años de preparación: del Bautismo, para la Confirmación, para la Eucaristía, de los años del Seminario, de la vida pastoral como sacerdote. ¿Y por qué tienen que traerlo, desatarlo? Porque “el Señor lo necesita”. A mí me asustó, que el Creador del mundo, el dueño del mundo, necesite de este burrito. Y dice: “Y lo llevaron hasta Jesús”.
Y a mí también, me llevaron hasta Él. Más, dice que algunos pusieron mantos sobre el burro un poco para disimular, para que no se escandalicen, y a este burrito también. Lo tapan para que no se vea esa realidad que el Señor la necesita. Y lo necesita para entrar en Jerusalén, va a entrar a ofrecer su vida, a dar su vida en el sacrificio. Y Cristo nos necesita para entrar en los pueblos, necesita de nosotros. Y ahí comprendí del labio del Señor cuando nos dice “Mi yugo es suave y mi carga es liviana”. Y es verdad. Lo que pasa que el yugo es suave y la carga liviana en una estructura de pecado, de mala vida, se siente. ¡Se siente! ¡Sentimos! Pero que importa todo esto. Lo que importa es lo siguiente: que el Señor llegue, que el Señor entre en los pueblos y su entrada produce alegría. Produce alegría en los discípulos que lo rodean, y también suscita en el corazón de ellos la capacidad de alabar a Dios.
También nos dice “después de traerlo, utilizarlo, para que el Señor llegue a los pueblos, dice “no se aflijan porque lo va a devolver”. El Señor no se queda con lo ajeno, lo devuelve.
Hace poco, como saben que yo tengo poco hilo en el carretel, porque uno va llegando a los límites, y bendito sea Dios que nos ponga límites, un obispo me dice “Sigampa, ¿qué vas a hacer después de jubilado? Porque te necesito en mi arquidiócesis. Bueno le respondí: “Asegúrate que cuando vaya no ande hablando solo, que esté aún lúcido”. Porque cuando me nombraron obispo, en mi pueblo nada se pierde: todo se comenta. Y, al obispo normalmente le dicen “el ordinario del lugar”. Y una comadre dijo: “además de ser negro ahora es ordinario.” ¡Gracias por el piropo!
Y hay que tomarlo así, porque te vas a enojar. Es real, es negro y ordinario. Calidad del burro. Digo esto porque a veces nos asustamos, nos creemos, nos creemos. Si el Señor, que es el Hijo de Dios, necesita de cada uno de nosotros; su Padre podría hacer maravillas sin nosotros; pero Él quiere asociarnos para hacer esas maravillas a pesar de nosotros. Y muchas veces con los otros.
A veces tenemos el afán de complicarnos y de complicar la vida a los otros: debemos vivir la sencillez de la vida como Jesús. Nacer en un triste corral, con la vaquita, el buey y otros bichos que estaban allí, que no se asustaron del Señor, estuvieron al lado de Él. Y entonces mirar nuestra vida así desde los ojos de Dios. Mirarnos así. Eso nos hace mucho bien, porque cuando se nos suben los humos a la cabeza y pensamos que somos algo más, el mismo Señor se encarga de ponernos en vereda, y a mí me puso muchas veces en esa vereda, ¡y se lo agradezco!
Hoy quiero agradecerle al Santo Padre por la carta que me mandó, demasiado elogiosa para mí. Claro que el Papa no me ve de cerca, seguramente que otros le informaron. Pero acepto lo que me dice, porque viene de Él. Porque lo queremos de verdad, porque hoy sufre. Y sufre, no por sus pecados sino por nuestros pecados, de nosotros los sacerdotes. Avergonzamos a la Iglesia.
Mi familia al principio no estaba muy de acuerdo, lo cual es una buena señal para la vocación. Que no estén de acuerdo. No están obligados a estar de acuerdo. Le costó horrores. Bueno, ahora estamos más o menos bien.
Yo siempre me pregunté por qué me cambiaban de diócesis. Siempre sospeché que me cambiaban por inútil, porque estuve ocho años en Reconquista. El día de Navidad el Señor Nuncio me dice “le hago un regalo: vuelve a La Rioja”. Acepté el regalo de Navidad. Y fui. Era otra experiencia. Una experiencia profunda de Dios, una experiencia que tiene vetas de dolor, de sufrimiento, de lágrimas y muchas veces también de alegría. Por eso en aquellos tiempos yo elegí como lema “Alegraos en el Señor”, porque yo he visto llorar a los obispos, sin taparse la cara, por la dureza de los mismos cristianos. Los diarios de la época revelan todas estas penas. Para el primero usaron una palabrota: nunca contestó. El segundo, como no era de rancia estirpe, lo tenían por ordinario. No digamos nada del tercero, cuestionado, hasta hoy. Pero ese es el camino que vivió el Señor y por ese camino nos hace transitar. Por eso cuando el Sr. Nuncio me llamó aquel día de febrero de 1985, cuando se inicia la Cuaresma, me dijo “el Santo Padre lo eligió Obispo de Reconquista”. Yo le dije “Jamás”, porque me recordaba y tenía en mis ojos a los hombres de Dios, a los obispos llorando, y yo no quiero ser de ese gremio, le manifesté. Y le puse ocho objeciones para no serlo. Él las escuchó solemnemente y cuando terminé de hablar me dijo “Todo eso ya ha sido estudiado, la Iglesia insiste”. Y recordé una frase de mi abuela que iba a la universidad a vender galletas en la puerta: “tienes razón pero es tan poca que no te sirve de nada”.
Entonces, después de poner las objeciones que en conciencia creía que debía hacérsela saber, dije yo, pensando en dos personas: uno en Abraham y la otra en la Virgen. “Vete a la tierra que te mostraré”.
Cuando llegué a Reconquista estaban inundados; entonces dije ¿dónde está la tierra, Señor? Agua. En la Rioja no hay agua, los sapos se ahogan porque no saben nadar. ¡Qué hago yo en medio del agua?, no hay tierra.
Y la otra figura, la Virgen. Cuando Dios la llama y le hace el pedido, después de discernirlo con profundidad, responde: “He aquí la esclava del Señor”, y pone toda su persona a disposición de Dios. Yo dije, yo que me preciaba de varón, de hombre, estoy arrugando todo, y la Virgen me dijo adelante, hijo. ¿Por qué? Porque tenemos en Ella una Madre fuerte, Ella vio a su Hijo morir en la cruz, y no se arrugó. ¡Esa es la Madre que tenemos! Y digo: si esa era mi Madre, yo no puedo defraudarla. ¡Y es así que aquí estoy! Dígale al Santo Padre que sí. Y allí cambió la literatura: “Excelencia” me dijo el Nuncio. Me quedaba grande el título.
Les digo así, contándoles a ustedes qué pasa con el corazón de un hombre, llamado por Dios para una tarea que Él necesitaba hacer. Uno espera al final el juicio de Él, y creo yo que Él sabe, porque Él mismo dijo “Yo no vine a juzgar sino a salvar”, y va a emplear la misericordia de su Padre para con nosotros, en especial para con este obispo. Muchas gracias.
Por monseñor Fabriciano Sigampa, obispo de Resistencia
en la misa de sus Bodas de Plata, el 3 de mayo de 2010
Editado por Antonio
Administrdor del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

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