Frente a los diversos proyectos de ley que buscan
reformar la actual política de drogas, me siento en la urgencia de expresar
también mi parecer, comienza diciendo José María Di Paola, el cura del a villa
21 – 24.
"Estoy convencido que debe cambiar, y con
urgencia, la legislación actual. Sin embargo, no veo que hoy se den las
condiciones para despenalizar", afirma el presbítero José María Di Paola,
o simplemente “el padre Pepe", quien realiza su actividad pastoral en la
villa 21-24, del barrio porteño de Barracas.
“Ya lo hice junto al equipo de los curas de las villas
de la Ciudad de Buenos Aires en otras oportunidades, y hoy nuevamente lo hago desde
la convicción profunda de que a la hora de legislar, es fundamental tener en
cuenta a los más pobres y a los que sufren la exclusión social grave.
Es por eso que mi mirada se centra exclusivamente en
los marginales, aquellos cuya voz difícilmente pueda ser escuchada en otro
lugar más que en la vida de todos los días compartida. Me quiero referir a
cientos, miles de pibes y pibas de las villas, arruinados por el paco, con
quienes compartí cada día durante los 15 años que viví en la villas 21-24 y
Zavaleta.
En primer lugar, deseo señalar que me parece mal
criminalizar al adicto. He visto muchos pibes de rodillas delante de una droga
que no los deja organizar la vida. Esclavos sufrientes que no pueden “zafar”.
Muchos incluso han muerto, los hemos llorado con sus padres y amigos. Me tocó
conocer su corazón, sus luchas y su llanto, darles la primera comunión y
recibirlos contentos cuando me venían a presentar a sus hijos, y luego rezarles
el responso. Me resulta imposible identificar la adicción con un crimen, y más
aun pensar que deba ser penalizado.
Además de ellos, pienso en todos aquellos otros para
los que el consumo de drogas es apenas una curiosidad, un simple experimento.
Pienso en lo trabajoso que fue señalarles el camino del esfuerzo, de la vida comprometida,
de la responsabilidad. Tampoco pienso que sus experiencias puedan ser
penalizadas.
Es por todos ellos que estoy convencido que debe
cambiar, y con urgencia, la legislación actual. Sin embargo, no veo que hoy se
den las condiciones para despenalizar.
Veo peligrosa la liviandad con que se trata el tema en
muchos medios, a veces desde posturas afectivas, y polarizadas; otras desde
posturas científicas tan serias como ajenas a la realidad de los más pobres.
Hace unos años, con el equipo de los curas de las
villas nos preguntábamos cómo decodifican nuestros jóvenes una medida como la
despenalización. Creo en este sentido que antes de despenalizar es necesario
implementar un programa preventivo en todas las escuelas del país, de modo de
mitigar el impacto negativo de la medida en las representaciones sociales
juveniles, y potenciando algunos aspectos positivos de la misma, como la no
estigmatización de los usuarios de drogas, que no produce sino más exclusión.
Creo que los usuarios de drogas de poblaciones
marginalizadas se encuentran en un gran desamparo, y la ausencia del Estado en
sus vidas es muy pronunciada. ¿Qué acompañamiento encuentra un usuario de paco
de Zavaleta que no puede frenar el consumo, que empeñó los documentos para
consumir, que no puede internarse porque padece tuberculosis, pero a causa del
consumo no está en condiciones de sortear las dificultades que le propone el
sistema de salud, que vive en la calle, padece mil penurias, y para sobrevivir
debe enfrentar la violencia, y aprender a jugar con la ley de la selva?
Lamentablemente, esta es una foto demasiado repetida” asegura el sacerdote.
“Es así, los usuarios de drogas de zonas
marginalizadas viven la exclusión como el pan de cada día, y las respuestas
asistenciales provistas por el Estado se reducen a los tratamientos de
rehabilitación. Una respuesta demasiado lineal para un problema tan complejo.
No hay para estos usuarios de drogas una respuesta compleja en salud, vivienda,
trabajo, identidad. Sin esos derechos garantizados, la recuperación es una
utopía.
En ese sentido, me pregunto ¿qué pasa con aquellos
usuarios de drogas que hubieran necesitado el encuentro con el Estado; porque
al fin y al cabo, el encuentro con la justicia penal es un encuentro de pésima
calidad, pero un encuentro al fin? ¿No sería mejor transformar ese encuentro en
uno de superior calidad? Desaprovechar la oportunidad para muchos significa la
vida. Suena duro plantearlo así, pero para muchos la cárcel es menos malo que
el paco en la calle. No es lo que debe ser, pero desde el Estado no se les
ofrece otra alternativa.
Es por eso que, aunque valoro los criterios que buscan
algunos con la despenalización, creo que no es el momento para llevarla a cabo,
no al menos hasta que el Estado haya tomado nota del desamparo que viven los
usuarios de drogas de las zonas marginales, y se haya propuesto tomar cartas en
el asunto. Despenalizar en este contexto puede ser una medida espasmódica,
compulsiva, que sin duda va a ser aplaudida por la tribuna, pero con el
altísimo costo de olvidarse de los pibes más pobres de nuestra patria. Más bien
entiendo que el debate sobre la despenalización puede darse cuando recorramos
un camino de inclusión social entre la inmensa muchedumbre de jóvenes
sumergidos en la marginalidad y pobreza.
Pienso que una posibilidad sería la creación de
defensoría de los derechos de los usuarios de drogas, que obliguen al Estado a
responder con la complejidad que cada usuario de drogas necesite: vivienda,
trabajo, documentación, acceso a la salud, a tratamientos de recuperación, y a
todos los derechos vulnerados de esa persona. Recordemos que en los barrios
marginales, la droga llena el vacío que deja la exclusión; sin inclusión real
no hay recuperación posible.
Sé que mi mirada adolece del mismo problema que le
adjudico a las otras: es la mirada de una parte; y una legislación nacional no
debe olvidarse de nadie. Sólo espero que a través de mi voz, o del medio que
fuera, los cambios que vengan no se vuelvan a olvidar de los más pobres”
concluyó en su carta el padre Pepe.
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA
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