La comunión conyugal constituye
el fundamento sobre el cual se va edificando la más amplia comunión de la
familia, de los padres y de los hijos, de los hermanos y de las hermanas entre
sí, de los parientes y demás familiares.
Esta comunión radica en los
vínculos naturales de la carne y de la sangre y se desarrolla encontrando su
perfeccionamiento propiamente humano en el instaurarse y madurar de vínculos
todavía más profundos y ricos del espíritu: el amor que anima las relaciones
interpersonales de los diversos miembros de la familia, constituye la fuerza
interior que plasma y vivifica la comunión y la comunidad familiar.
La familia cristiana está llamada
además a hacer la experiencia de una nueva y original comunión, que confirma y
perfecciona la natural y humana. En realidad la gracia de Cristo, el
Primogénito entre los hermanos, es por su naturaleza y dinamismo interior una
«gracia fraterna como la llama santo Tomás de Aquino. El Espíritu Santo,
infundido en la celebración de los sacramentos, es la raíz viva y el alimento
inagotable de la comunión sobrenatural que vincula a los creyentes con Cristo y
entre sí en la unidad de la
Iglesia de Dios. Una revelación y actuación específica de la
comunión eclesial está constituida por la familia cristiana que también por
esto puede y debe decirse «Iglesia doméstica».
Todos los miembros de la familia,
cada uno según su propio don, tienen la gracia y la responsabilidad de
construir, día a día, la comunión de las personas, haciendo de la familia una
escuela de humanidad más completa y más rica: es lo que sucede con el cuidado y
el amor hacia los pequeños, los enfermos y los ancianos; con el servicio
recíproco de todos los días, compartiendo los bienes, alegrías y sufrimientos.
Un momento fundamental para
construir tal comunión está constituido por el intercambio educativo entre
padres e hijos, en que cada uno da y recibe. Mediante el amor, el respeto, la
obediencia a los padres, los hijos aportan su específica e insustituible
contribución a la edificación de una familia auténticamente humana y cristiana.
En esto se verán facilitados si los padres ejercen su autoridad irrenunciable
como un verdadero y propio «ministerio», esto es, como un servicio ordenado al
bien humano y cristiano de los hijos, y ordenado en particular a hacerles
adquirir una libertad verdaderamente responsable, y también si los padres
mantienen viva la conciencia del «don» que continuamente reciben de los hijos.
La comunión familiar puede ser
conservada y perfeccionada sólo con un gran espíritu de sacrificio. Exige, en
efecto, una pronta y generosa disponibilidad de todos y cada uno a la
comprensión, a la tolerancia, al perdón, a la reconciliación. Ninguna familia
ignora que el egoísmo, el desacuerdo, las tensiones, los conflictos atacan con
violencia y a veces hieren mortalmente la propia comunión: de aquí las
múltiples y variadas formas de división en la vida familiar. Pero al mismo
tiempo, cada familia está llamada por el Dios de la paz a hacer la experiencia
gozosa y renovadora de la «reconciliación», esto es, de la comunión
reconstruida, de la unidad nuevamente encontrada. En particular la
participación en el sacramento de la reconciliación y en el banquete del único
Cuerpo de Cristo ofrece a la familia cristiana la gracia y la responsabilidad
de superar toda división y caminar hacia la plena verdad de la comunión querida
por Dios, respondiendo así al vivísimo deseo del Señor: que todos «sean una
sola cosa.
La familia, comunión de personas
En el matrimonio y en la familia
se constituye un conjunto de relaciones interpersonales —relación conyugal,
paternidad-maternidad, filiación, fraternidad— mediante las cuales toda persona
humana queda introducida en la «familia humana» y en la «familia de Dios», que
es la Iglesia.
El matrimonio y la familia
cristiana edifican la Iglesia ;
en efecto, dentro de la familia la persona humana no sólo es engendrada y
progresivamente introducida, mediante la educación, en la comunidad humana,
sino que mediante la regeneración por el bautismo y la educación en la fe, es
introducida también en la familia de Dios, que es la Iglesia.
La familia humana, disgregada por
el pecado, queda reconstituida en su unidad por la fuerza redentora de la
muerte y resurrección de Cristo. El matrimonio cristiano, partícipe de la
eficacia salvífica de este acontecimiento, constituye el lugar natural dentro
del cual se lleva a cabo la inserción de la persona humana en la gran familia
de la Iglesia.
El mandato de crecer y
multiplicarse, dado al principio al hombre y a la mujer, alcanza de este modo
su verdad y realización plenas.
Los hijos, don preciosísimo del
matrimonio
Según el designio de Dios, el
matrimonio es el fundamento de la comunidad más amplia de la familia, ya que la
institución misma del matrimonio y el amor conyugal están ordenados a la
procreación y educación de la prole, en la que encuentran su coronación.
En su realidad más profunda, el
amor es esencialmente don y el amor conyugal, a la vez que conduce a los
esposos al recíproco «conocimiento» que les hace «una sola carne», no se agota
dentro de la pareja, ya que los hace capaces de la máxima donación posible, por
la cual se convierten en cooperadores de Dios en el don de la vida a una nueva
persona humana. De este modo los cónyuges, a la vez que se dan entre sí, dan
más allá de sí mismos la realidad del hijo, reflejo viviente de su amor, signo
permanente de la unidad conyugal y síntesis viva e inseparable del padre y de
la madre.
Al hacerse padres, los esposos
reciben de Dios el don de una nueva responsabilidad. Su amor paterno está
llamado a ser para los hijos el signo visible del mismo amor de Dios, «del que
proviene toda paternidad en el cielo y en la tierra».
Sin embargo, no se debe olvidar
que incluso cuando la procreación no es posible, no por esto pierde su valor la
vida conyugal. La esterilidad física, en efecto, puede dar ocasión a los
esposos para otros servicios importantes a la vida de la persona humana, como
por ejemplo la adopción, la diversas formas de obras educativas, la ayuda a
otras familias, a los niños pobres o minusválidos.
Editado por Antonio
Administrador del blog
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