Estos días escribí
varias cosas por pedido insistente de periodistas, y me parecía que esas notas
debían ayudar al pueblo de Dios a valorar con esperanza la figura del nuevo
papa. Ahora, pensando más en los agentes pastorales, me gustaría entrar en
otras consideraciones. No obstante, anticipo que no lo voy a hacer desde una
perspectiva crítica, pero sí desde el corazón y al mismo tiempo desde
convicciones bien personales.
Novedades que puede aportar Bergoglio como Papa
Prefiero decir
“Bergoglio” como él siempre se presentaba a sí mismo, pero lo hago para
destacar cosas que tienen que ver con características que él tuvo siempre.
Porque sin duda, en esta nueva misión Dios recogerá providencialmente esa
historia personal.
Profundo sentido popular
La palabra “pueblo” es
una de las que Bergoglio usa con brillo en los ojos. Valora al pueblo como
sujeto colectivo, que debería estar en el centro de las preocupaciones de la
Iglesia y de cualquier poder. No es poca cosa decir esto, cuando en algunos
sectores de la sociedad y de la Iglesia el pueblo es considerado sólo como una
masa llena de defectos que deben ser saneados por la acción educativa de los
“sabios y prudentes”. No podemos ignorar que, como obispo, siempre les
insistía a los curas no sólo que fueran misericordiosos, sino también que
supieran adaptarse a la gente, que no sostuvieran ni una moral ni unas
prácticas eclesiales rígidas, que no complicaran la vida de la gente con normas
bajadas autoritariamente desde arriba. “Nosotros estamos para dar al pueblo lo
que el pueblo necesita”, es una convicción que expresó insistentemente. Estoy
convencido de que esto no es un populismo oportunista (aunque pueden llamarlo
como quieran), sino la seguridad de que el Espíritu Santo actúa en el pueblo, y
lo hace con esquemas y categorías muchas veces intragables para los sectores
ilustrados o acomodados, que en su incomprensión suelen demostrar el mismo
autoritarismo irracional que ellos critican.
Constante y sentida valoración de la piedad popular
La mayor parte del
pueblo argentino manifiesta su fe en el modo propio de la “religiosidad
popular”, que no siempre coincide con las propuestas de la jerarquía
eclesiástica, y que con un dinamismo original crea sus formas propias de
expresión. Bergoglio hizo suya esta valoración positiva de la fe popular,
entendida como resultado de la libre y misteriosa acción del Espíritu. Cuando
estábamos en Aparecida, una noche me dijo que lo que más le interesaba era que
el documento conclusivo plasmara de un modo más contundente esa valoración. Me
pidió un texto breve pero bien orientado en esa línea. Después me indicó
algunos ajustes y me guió para completarlo y enriquecerlo. En Buenos Aires
mostró de muchas maneras esta convicción, remarcando que los agentes pastorales
están al servicio de esa vida que corre por las entrañas del pueblo, que nadie
es dueño de ese dinamismo y que más que aplicarle críticas y límites hay que
acompañarlo y ofrecerle cauces.
Opción por los pobres
Su preferencia por los pobres es de toda la vida. Siendo arzobispo la orientó
dando un especial apoyo a los curas que viven en las villas y barrios pobres.
Pero es una opción que se entiende en el marco de los dos puntos anteriores. El
pobre no es sólo objeto de un discurso, ni siquiera de una mera asistencia, y
tampoco exclusivamente de una “promoción” que lo libere de sus males. La opción
por los pobres es todo eso, pero más. Porque es prestarles atención, tratarlos
como personas que piensan, tienen sus propios proyectos, e incluso el derecho de
expresar la fe a su modo. Son sujetos, activos y creativos desde su propia
cultura, no sólo objetos de un discurso, un pensamiento o una acción pastoral.
De todos modos, nadie puede decir que él no haya planteado una crítica a las
causas estructurales de la pobreza. Lo hizo de distintas maneras y en muchas
ocasiones.
Pobreza y austeridad
personal
Su pobreza personal no
es oportunista ni mediática. Todos saben que fue siempre así. Austero hasta el
sacrificio. Porque hay que reconocer que cuando uno tiene responsabilidades
importantes, trata de usar los medios que le permitan optimizar el
aprovechamiento del tiempo. Pero Bergoglio es coherente con su sentida opción
por una vida pobre. Nunca se sintió digno de hacerse servir, y son conocidos
sus gestos de servicio sencillo, evitando mostrarse como superior.
Sencillez evangélica
El gusto por la
sencillez es otro aporte que puede llegar a descolocar las prácticas y
costumbres del Vaticano. Sencillo no sólo en la ropa y en el lenguaje (lejos de
discursos abstractos) sino en las costumbres, con lo cual parece difícil que
pueda soportar por mucho tiempo los modismos palaciegos, algunos ritos y
formalidades que él más bien detesta, porque no reflejan la simplicidad del
Evangelio de Jesús.
Jerarquía de verdades y virtudes
Si bien Bergoglio no es
estrictamente un progresista, y siente un serio respeto por las enseñanzas
tradicionales de la Iglesia y de los papas anteriores, tiene claro que hay
algunas cosas más centrales y medulares (el amor, la justicia, la fraternidad…)
y otras que no dejan de ser secundarias. Sin restar importancia a nada,
entiende que en la predicación hay que mantener una sana proporción donde la
insistencia en cosas importantes no debería opacar el brillo de las más
importantes, de aquellas que más directamente reflejan al Jesús del Evangelio.
Empeño ecuménico y
amistad con el Judaísmo
Como arzobispo de Buenos
Aires dedicó mucho, muchísimo tiempo a conversar con no católicos. Una vez más,
quiero destacar que no se trata de una estrategia diplomática. No es frecuente
que alguien que esté lleno de compromisos dedique a los “diferentes” tanto
tiempo de calidad a encuentros tan gratuitos. El año pasado se pasó varios días
encerrado con un grupo de pastores, compartiendo con ellos un retiro. También
se mezcló con la gente en el encuentro de grupos pentecostales (CRECES) del
Luna Park. Recuerdo además, por mencionar algo bien conocido, sus prolongadas
conversaciones con el rabino Skorka y el gusto con que le confirió el doctorado
honoris causa en la UCA a pesar de las críticas que esto le ocasionaba. Si éste
no es un rostro abierto y dialogante de la Iglesia…
Cuestiones eclesiales oscuras
En los últimos años parece haberse desarrollado un estilo de
Iglesia que no es el que Bergoglio promovería, porque él es un hombre del
Concilio Vaticano II. Hay que decir con toda claridad que abogó siempre por una
Iglesia misionera y servidora, no centrada en sí misma sino al servicio de la
gente. Bergoglio abraza a las viejas, besa a los pobres, visita a cualquiera,
atiende o llama a las personas más sencillas, pierde tiempo con gente que no
tiene poder alguno, muestra una Iglesia despojada y en salida. Se cansó de
pedir a los curas que estuvieran disponibles para el pueblo, que se mantuvieran
abiertos a la escucha y al diálogo, que no fueran jueces implacables, que
salieran a las periferias, que se ocuparan de los “descartables” de la
sociedad.
No siempre ha sido esa la opción de algunos hombres de Iglesia. Es
más, pensando que Bergoglio ya estaba por jubilarse, e imaginándolo encerrado
en al asilo sacerdotal, abundaban las intrigas para consolidar con su
desaparición un poder que fueron amasando en los últimos años. Yo mismo estuve
en reuniones donde algunos obispos argentinos, y algún representante importante
de la Santa Sede (excluyo al actual Nuncio, que es un caballero) se solazaban
sin pudor criticando a Bergoglio. Le cuestionaban no ser más exigente con los
fieles, no remarcar mejor la identidad sacerdotal, no predicar demasiado sobre
cuestiones de moral sexual, etcétera. Hace pocos días, antes de la elección del
papa Francisco, estuve en un acto donde algunos de ellos –sin imaginar lo que
iba a pasar– transpiraban aires de inminente victoria. Había allí otro ideal de
Iglesia, poderosa, triunfante, jueza del mundo.
La concentración del poder en algunos sectores de la Iglesia, y la
imposibilidad de resolver todos los problemas con semejante centralización
romana, ha dado lugar a una prepotencia que muchos obispos argentinos cuentan
haber sufrido en carne propia en algunas visitas a la Santa Sede (excluyen el
trato amable y respetuoso del entonces Cardenal Ratzinger).
Una triste experiencia personal
Cuando, después de un tiempo de “prueba” que acordamos, el
cardenal Bergoglio envió el pedido a Roma para que yo jurara formalmente como
rector de la Universidad Católica, descubrimos que desde Argentina habían
enviado algunos artículos míos porque los consideraban poco ortodoxos. Para
mostrar lo burdo del asunto, destaco que uno de estos escritos era una
brevísima nota periodística que yo había publicado muchos años atrás, por
pedido de mi obispo, en un diario de Río Cuarto. En esa nota completamente
ortodoxa, yo decía en pocas palabras que la Iglesia no condena a los
individuos, pero se opone al matrimonio homosexual porque quiere sostener una
determinada concepción del matrimonio. Aunque esa nota podría haber sido
escrita por San Josemaría, me objetaban que allí yo no ofrecía todos los
argumentos filosóficos que requiere un tratamiento completo contra el
matrimonio homosexual. ¿Quién, entonces, podría atreverse a escribir una nota
periodística, un artículo de divulgación, o intentar algún diálogo con la
cultura?
Por otra parte, llama la atención que esos escritos no habían sido
cuestionados anteriormente, ni para mi designación como profesor ordinario, ni
como invitado a Aparecida, ni como decano de la facultad de Teología, tres
instancias que requerían una aprobación de la Santa Sede. ¿Qué extraños
intereses había en la Universidad Católica que aparecían aquellos textos en ese
momento (uno de ellos de veinte años atrás)?
Ya antes de esta experiencia, siempre me preguntaba: ¿Puede ser
que alguien sea cuestionado de manera anónima y que no tenga posibilidad alguna
de hablar para defenderse? Para colmo de males, parecía imposible opinar
diferente aun en asuntos de libre discusión teológica, porque todos los temas
adquirían el peso de los dogmas de fe, dentro de un cuerpo doctrinal donde cada
detalle parecía absolutamente intocable.
En aquella ocasión yo tenía previsto un viaje a Roma. Tenía temor
de que no me atendieran, pero el Cardenal mandó una carta a una Congregación
vaticana rogando que me escucharan. Recibí un e-mail que me confirmaba una
fecha y hora en que me iban a recibir. Viajé con una copia de la carta de Bergoglio
en la mano. Pero ya estando allá, un día antes me avisaron que no me iban a
recibir. Llamé al Cardenal, quien lamentó profundamente el episodio (mejor no
reproduzco las palabras que dijo), y me pidió paternalmente que tuviera
paciencia y no me dejara vencer. Me dijo que si yo bajaba los brazos estaría
confirmando que esas metodologías antievangélicas podían lograr su cometido.
Como objetivamente estas acusaciones no podían sostenerse, Bergoglio aguantaba
aplicando uno de los principios de Juan Manuel de Rosas que él siempre cita:
“el tiempo prevalece sobre el espacio”.
El año pasado pedí nuevamente audiencia a esa misma Congregación,
que me la concedió. Cuando llegué allí me dijeron que no estaba registrado.
Insistí y finalmente me atendieron sólo unos pocos minutos. En noviembre
pasado, me anticipé a pedir audiencia para abril de este año. No me
respondieron. Insistí en diciembre para poder organizarme. Tampoco tuve
respuesta. El 4 de febrero pedí al Nuncio que reiterara mi pedido, pero tampoco
él tuvo respuesta. La semana pasada, después de la elección de Francisco, el
Nuncio volvió a insistir, e inmediatamente obtuve la audiencia solicitada en la
que espero hablar con absoluta sinceridad. Debo decir que esa Congregación
suele recibir a cualquier sacerdote, e incluso a algunos que van sin haber
pedido audiencia.
Cualquiera que me conozca sabe que no soy un santo ni un mártir.
Pero me parece que hasta la peor escoria humana merece un poco más de respeto.
No juzgo las intenciones que pueda haber detrás de estos maltratos, pero sin
duda indican un estilo que no es el de Bergoglio, quien solía devolver un
llamado o escribir un cariñoso saludo aun a la vieja más sencilla que le
hiciera llegar alguna inquietud.
Sabemos que para avanzar en el estilo de Iglesia que quiere el
papa Francisco hacen falta cambios y reformas, al menos para que los
procedimientos sean más humanos y evangélicos. Además, considero que él puede
hacerlo, aunque sea en parte, de un modo eficiente. Acostumbrado al poder, y
conociendo su astucia, creo que no será fácil engañarlo. Desde un punto de
vista bien teológico, sabemos que el hecho de que se haya presentado desde el
primer momento, e insistentemente, como obispo de Roma, ya está indicando un
modo de entender el ejercicio del papado. Es papa en cuanto es obispo de una
porción del mundo, lo cual indica un ejercicio del poder marcadamente
descentralizado, que respeta procedimientos, opciones, historias y culturas
locales.
Expresiones características de Bergoglio
Para terminar, comparto con ustedes un breve análisis que publiqué
en Clarín (17/03/2013) sobre algunas expresiones que Bergoglio ha usado con
frecuencia:
“Autorreferencial”. Indica una Iglesia que se mira el ombligo,
encerrada en intrigas, internas o necesidades mundanas, en lugar de abrirse, de
entregarse con alegría y de servir humildemente.
“Rezá por mí”. Lo dice siempre. Muestra la conciencia de sus
límites, de que necesita la ayuda permanente de Dios y la oración de los demás.
Por eso, apenas elegido, se inclinó ante el pueblo pidiendo su oración.
“Descartables”. Expresa con crudeza cómo la sociedad deja afuera a
los que sobran, ya que no entran en la lógica de la producción y del consumo.
Si no tienen belleza, dinero, poder o juventud, son arrojados como basura al
cesto del olvido.
“Humillate”. Es lo que le dice a una persona que está haciendo
mucho bien. Porque está convencido, por su formación jesuítica, de que la
humildad es indispensable para que no se arruinen las mejores obras:
“Humillate, para que el Señor pueda seguir haciendo grandes cosas”. Cuando le
ofrecieron el papado respondió: “Soy un pecador, pero acepto”.
“Audacia”. La usa para dar aliento a los que se achican o se dejan
vencer por los temores. Para él nunca está todo perdido. No se echa atrás por
más que intenten voltearlo con calumnias y ataques. Está seguro de que al final
el bien y la verdad siempre triunfan. Yo mismo pasé por situaciones en las que
habría preferido desaparecer, pero él me sostuvo con firmeza diciendo: “Ánimo.
Levantá la cabeza y no dejes que te quiten tu dignidad”.
“Periferias existenciales”. Invitó a los agentes pastorales a no
quedarse encerrados y a llegar a las periferias, allí donde nadie va: “Salgan
de las cuevas, salgan de las sacristías… Prefiero que los atropelle un auto y
no que se queden encerrados”. Exhorta a salir de la comodidad personal o del
círculo de personas agradables, para estar cerca de todos. Así lo hacía Jesús,
que dedicaba tiempo al ciego del camino, al leproso, a la mujer pecadora.
“Fervor apostólico”. Lo dice para motivar una entrega generosa
desde el corazón. Porque entienden que nadie cambia el mundo haciendo cosas por
obligación. Los que han dejado huellas en la tierra siempre han tenido un fuego
de fervor interior que los ha movilizado. Por eso critica la “mundanidad
espiritual” de los que se aferran a prácticas externas o a la apariencia
religiosa, pero vacíos de la fuerza interna del Espíritu.
“Cultura del encuentro”. Procura fomentar todo lo que acerca, une,
suma, conecta a las personas y a los grupos. Es un enamorado del bien común y
de la amistad social.
“Cuidar la fragilidad del pueblo”. Lo pide a cualquiera que tenga
alguna autoridad. Nadie tiene fuerza o poder, para obtener beneficios o glorias
mundanas, sino para cuidar a la gente, para sostener y promover a los más
débiles. “Cuidar” en general es una palabra que lo define, y que él encuentra
plasmada en la figura de San José.
“Dejate misericordear”. Es uno de sus felices neologismos. Invita
a las personas que se llenan de culpas y escrúpulos a dejarse perdonar y
envolver por la ternura del Padre Dios. Como dice el jesuita Ángel Rossi: “Los
más frágiles encontraron en él siempre un padre, casi diría superando el límite
de lo que puede ser posible, con una magnanimidad con la fragilidad humana que
va a marcar el papado”.
No jodamos
Por favor, los que queremos estar con la gente no dejemos de
reconocer los valores que encarna este papa Francisco. Hoy estos valores no son
tan frecuentes. Dejémonos de joder. Podemos detenernos a encontrar el pelo en
la leche, y lo vamos a encontrar. Pero en este mundo no existe la pureza
absoluta, y creo que estamos ante una oportunidad inmensa para volver a poner
en el centro a Jesucristo y al pueblo que Dios ama.
Las últimas declaraciones de Jalics, junto a la opinión de gente
de izquierda con buena información, como Pérez Esquivel, Oliveira, Fernández
Meijide, Navarro y otros, muestran que Bergoglio no cagó a nadie, no fue
cómplice de la dictadura, no dejó de ayudar a ocultarse o a escapar a quienes
se lo pidieran, e intercedió por algunos en la medida en que podía, porque ni
siquiera era obispo. Hace treinta años Pablo Tissera, un jesuita progresista,
me decía que en la dictadura Bergoglio había actuado según una convicción que
tuvo siempre: “los curas tenemos que mantenernos siempre lejos de los que
tienen poder en el país, para no quedar pegados”.
Para Rossi “los pobres son los que mejor entenderán la designación
de Francisco”. Cuánta gente sencilla llena de alegría uno se encuentra por la
calle. Cuando se transmitió el acto de inicio del pontificado frente a la
catedral, la plaza de mayo estaba desbordante de cristianismo popular. Allí
festejaban muchos villeros con banderas, murgas, bailes, imágenes de la Virgen
de Luján en andas… Perdámonos en el corazón del pueblo con confianza en el
Espíritu y compartamos esa alegría.
Por Víctor Fernández
Fuente: Revista Vida Pastoral
Editado por Antonio
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CON JESÚS EN MI VIDA
Fuente: Revista Vida Pastoral
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