lunes, 29 de marzo de 2010

La entrega de Jesús, el Servidor fiel de Dios Padre

Una vez los discípulos discutían sobre quién de ellos era más importante (Mc 10,42-45 o Mt 20,26-28): “Jesús los llamó y les dijo: "Ustedes saben que aquellos a quienes se considera gobernantes, dominan a las naciones como si fueran sus dueños, y los poderosos les hacen sentir su autoridad. Entre ustedes no debe suceder así. Al contrario, el que quiera ser grande, que se haga servidor de ustedes; y el que quiera ser el primero, que se haga servidor de todos. Porque el mismo Hijo del hombre no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por una multitud".”
Jesús de Nazaret, como buen judío criado por María y José, conocía los llamados poemas del servidor de Yahvé, en el libro de Isaías, y durante su ministerio se da cuenta que preanunciaban lo que debía ocurrir con Él. La profecía del servidor anunciaba el sacrificio redentor del Hijo de Dios hecho hombre. Veamos Mt 12,18-21 que cita a s 42,1-4; contemplemos al Padre Dios mirando a Jesús con amor y diciéndonos esto lleno de esperanza: “Éste es mi Servidor, a quien Yo sostengo, mi elegido, en quien se complace mi alma. Yo he puesto mi Espíritu sobre él para que lleve el derecho a las naciones (para que haga reinar el amor y la justicia). Él no gritará, no levantará la voz ni la hará resonar por las calles. No romperá la caña quebrada ni
apagará la mecha que arde débilmente (cómo Dios conoce bien nuestra fragilidad). Expondrá el derecho con fidelidad; no desfallecerá ni se desalentará hasta implantar el derecho en la Tierra, y las costas lejanas esperarán su Ley (nosotros y todos los que todavía faltan!).”
Dios Padre nos envía a Jesús lleno del Espíritu del Amor con una misión, con un proyecto de justicia y salvación para todos. Más adelante, Jesús mismo sigue el diálogo en Is 49,1-7: “¡Escúchenme, costas lejanas, presten atención, pueblos remotos! El Señor me llamó desde el seno materno, desde el vientre de mi madre (María!) pronunció mi nombre. Él hizo de mi boca una espada afilada (la espada de la Palabra), me ocultó a la sombra de su mano; hizo de mí una flecha punzante, me escondió en su aljaba. Él me dijo: "Tú eres mi Servidor, Israel, por ti Yo me glorificaré". Pero yo dije: "En vano me fatigué, para nada, inútilmente, he gastado mi fuerza" (qué difícil debe ser para el Señor Jesús ver cómo su mensaje y su entrega son ignorados y despreciados) Y ahora, ha hablado el Señor, el (Padre) que me formó desde el seno materno para que yo sea su Servidor, para hacer que Jacob vuelva a Él y se le reúna Israel (el Padre siempre espera a sus hijos alejados, siempre espera reunirnos en su comunidad, en su casa).
Él dice: "Es demasiado poco que seas mi Servidor para restaurar a las tribus de Jacob y hacer volver a los sobrevivientes de Israel; (ojo: no todos los que se alejan de Dios viven para contarlo) Yo te destino  ser la luz de las naciones (de todos, no solamente del pueblo judío), para que llegue mi salvación hasta los confines de la Tierra" (Dios quiere salvarnos!). Así habla el Señor, el redentor y el Santo de Israel (así habla Dios Padre), al que es despreciado, al abominado de la gente, al esclavo de los déspotas (a mi Hijo el Servidor): Al verte, los reyes se pondrán de pie, los príncipes se postrarán, a causa del Señor, que es fiel, y del Santo de Israel, que te eligió.”
Dios Padre extiende su invitación de amor a todos los hombres, y a la vez anticipa con dolor que será rechazada, que su Servidor será despreciado, juzgado y torturado. Jesús hace suya la misión del servidor, y va hasta el extremo de las exigencias del amor que inspira su servicio, dando su vida en rescate por una multitud de pecadores. Veamos en Is 50,5-9 por decirlo así cómo Jesús siglos antes nos cuenta su entrega:
“El Señor abrió mi oído y yo no me resistí ni me volví atrás. Ofrecí mi espalda a los que me golpeaban, y mis mejillas a los que me arrancaban la barba; no retiré mi rostro cuando me ultrajaban y escupían. Pero el Señor viene en mi ayuda: por eso, no quedé confundido; por eso, endurecí mi rostro como el pedernal, y sé muy bien que no seré defraudado (que la última palabra la tiene Dios). Está cerca El que me hace justicia: ¿quién me va a procesar? ¡Comparezcamos todos juntos! ¿Quién será mi adversario en el juicio? ¡Que se acerque hasta mí! Sí, el Señor viene en mi ayuda: ¿quién me va a condenar? Todos ellos se gastarán como un vestido, se los comerá la polilla (linda imagen de la corrupción y el sinsentido de la vida).”
¡Cuánta confianza en el Padre! ¡Cuánta esperanza en su justicia y su ayuda! ¡Qué ejemplo para nosotros en nuestras pruebas! Sobresale su paciencia y humildad. Por amor ofrece su vida y realiza por su sufrimiento el Plan de Dios: justificar a los pecadores del mundo. Por este sacrificio el pueblo infiel se puede unir de nuevo a Dios con una Alianza eterna.
El Padre concluye la profecía en Is 52,13-15: “Sí, mi Servidor triunfará: será exaltado y elevado a una altura muy grande. (lo haré Señor y Rey de cielos y tierra). Así como muchos quedaron horrorizados a causa de él, porque estaba tan desfigurado que su aspecto no era el de un hombre y su apariencia no era más la de un ser humano, así también Él asombrará a muchas naciones, y ante Él los reyes cerrarán a boca, porque verán lo que nunca se les había contado y comprenderán algo que nunca habían oído.”
Estos son días para entregar nuestra autosuficiencia y omnipotencia y pedir ser humildes y serviciales. Son días para cuestionar los proyectos sin Dios, la vida sin darle el primer lugar a Él...
Fuente: Mopal
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

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