miércoles, 31 de marzo de 2010

La entrega de Jesús en la cruz

¿Qué sentido tiene la entrega de Jesús? ¿Para qué tanto sufrimiento? San Pablo nos da una pista en 1 Cor 15,3: “Les he trasmitido en primer lugar, lo que yo mismo recibí: Cristo murió por nuestros pecados, conforme a la Escritura”. Hacía falta reconciliarnos con Dios, reparar tantas ofensas. Los dolores que padeció Jesús nos correspondían a nosotros, y Él se ofreció en lugar nuestro. Como si hubiera dicho en el Huerto: “Papá, cobrame a mí”.
¿Qué conciencia tenemos de lo que significa el pecado y la falta de amor, que nos afean y destruyen, que malogran el Plan de Dios? Isaías sigue meditando con nosotros en Is 53,1-12: “¿Quién creyó lo que hemos oído y a quién se le reveló el brazo del Señor? Él creció como un retoño en su presencia, como una raíz que brota de una tierra árida, sin forma ni hermosura que atrajera nuestras miradas, sin un aspecto que pudiera agradarnos. Despreciado, desechado por los hombres, abrumado de dolores y habituado al sufrimiento, como alguien ante quien se aparta el rostro, tan despreciado, que lo tuvimos por nada. Pero Él soportaba nuestros sufrimientos y cargaba con nuestras dolencias, y nosotros lo considerábamos golpeado, herido por Dios y humillado. Él fue traspasado por nuestras rebeldías y triturado por nuestras iniquidades. El castigo que nos da la paz recayó sobre Él y por sus heridas fuimos sanados. Todos andábamos errantes como ovejas, siguiendo cada uno su propio camino, y el Señor hizo recaer sobre Él las iniquidades de todos nosotros. Al ser maltratado, se humillaba y ni siquiera abría su boca: como un cordero llevado al matadero, como una oveja muda ante el que la esquila, Él no abría su boca. Fue detenido y juzgado injustamente, y ¿quién se preocupó de su suerte?
Porque fue arrancado de la tierra de los vivientes y golpeado por las rebeldías de mi pueblo. Se le dio un sepulcro con los malhechores y una tumba con los impíos, aunque no había cometido violencia ni había engaño en su boca. El Señor quiso aplastarlo con el sufrimiento. Si ofrece su vida en sacrificio de reparación, verá su descendencia, prolongará sus días, y la voluntad del Señor se cumplirá por medio de Él. A causa de tantas fatigas, Él verá la luz y, al saberlo, quedará saciado. Mi Servidor justo justificará a muchos y cargará sobre sí las faltas de ellos. Por eso le daré una parte entre los grandes y repartirá el botín junto con los poderosos. Porque expuso su vida a la muerte y fue contado entre los culpables, siendo así que llevaba el pecado de muchos e intercedía en favor de los culpables.”
Revisemos nuestra vida de creyentes, de discípulos… A Jesús yo le costé su vida. Me compró en mi bautismo. Me rescató con su propia sangre. ¿Con qué cuenta Jesús de mi vida? ¿Está entregada a Dios o la manejo yo? Revisemos: ¿cómo construyo mi comunidad, mi grupo, la Parroquia? ¿O ando errante por mi propio camino, soy católico a mi manera? ¿Cuál es mi conciencia de entrega en la participación eucarística? ¿Cuál es mi identificación efectiva con mi grupo y la Iglesia través de mi participación positiva, mi disponibilidad al servicio y mi aporte económico? ¿En qué tiendo a vivir convencionalmente la fe y me justifico diciendo que soy adulto? ¿En qué me he instalado en la vida y me he adueñado de mi familia? ¿Qué entregas debo hacer al pie de la Cruz?...
Meditemos y resolvamos ahora, en Semana Santa para morir a nosotros y resucitar a Él.
Fuente: Mopal
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

No hay comentarios:

Publicar un comentario