lunes, 18 de enero de 2010

La renovación de la Iglesia que nos trae el Espíritu Santo (2º parte)

Franciscanos y Dominicos fueron testigos, pero también maestros. De hecho, otra exigencia difundida en su época era la de la instrucción religiosa. No pocos fieles laicos, que vivían en las ciudades en vías de gran expansión, deseaban practicar una vida cristiana espiritualmente intensa. Intentaban por tanto profundizar en el conocimiento de la fe y ser guiados en el arduo pero entusiasmante camino de la santidad. Las Órdenes Mendicantes supieron felizmente salir al encuentro también a esta necesidad: el anuncio del Evangelio en la sencillez y en su profundidad y grandeza era un objetivo, quizás el objetivo principal, de este movimiento. Con gran celo, de hecho, se dedicaron a la predicación. Eran muy numerosos los fieles, a menudo verdaderas y auténticas multitudes, que se reunían para escuchar a los predicadores en las iglesias y en los lugares abiertos, pensemos en San Antonio, por ejemplo.
Se trataban argumentos cercanos a la gente, sobre todo la práctica de las virtudes teologales y morales, con ejemplos concretos, fácilmente comprensibles. Además, se enseñaban formas para nutrir la vida de oración y la piedad. Por ejemplo, los Franciscanos difundieron mucho la devoción hacia la humanidad de Cristo, con el compromiso de imitar al Señor. No sorprende entonces que fuesen numerosos los fieles, hombres y mujeres, que elegían hacerse acompañar en el camino cristiano por frailes Franciscanos y Dominicos, directores espirituales y confesores buscados y apreciados.
Nacieron así asociaciones de fieles laicos que se inspiraban en la espiritualidad de san Francisco y Santo Domingo, adaptada a su estado de vida. Se trata de la Orden Terciaria, tanto franciscna como dominica. En otras palabras, la propuesta de una “santidad laical” conquistó a muchas personas. Como ha recordado el Concilio Ecuménico Vaticano II, la llamada a la santidad no está reservada a algunos, sino que es universal (cf. Lumen gentium, 40). En todos los estados de vida, según las exigencias de cada uno de ellos, se encuentra la posibilidad de vivir el Evangelio.
También hoy cada cristiano debe tender a la “medida alta de la vida cristiana”, sea cual sea el estado de vida al que pertenezca. La importancia de las Órdenes Mendicantes creció tanto en la Edad Media que Instituciones laicas como las organizaciones de trabajo, las antiguas corporaciones y las propias autoridades civiles, recurrían a menudo a la consulta espiritual de los miembros de estas Órdenes para la redacción de sus regulaciones y, a veces, para solucionar sus conflictos externos e internos. Los Franciscanos y los Dominicos se convirtieron en los animadores espirituales de la ciudad medieval. Con gran intuición, pusieron en marcha una estrategia pastoral adaptada a las transformaciones de la sociedad. Dado que muchas personas se trasladaban de los campos a las ciudades, éstos ya no colocaron sus conventos en las zonas rurales, sino urbanas. Además, para llevar a cabo su actividad en beneficio de las almas, era necesario trasladarse según las exigencias pastorales. Con otra elección totalmente innovadora, las Órdenes Mendicantes abandonaron el principio de estabilidad, clásico del monaquismo antiguo, para elegir otra forma. Menores y Predicadores viajaban de un lugar a otro, con fervor misionero. En consecuencia, se dieron una organización distinta respecto a la de la mayor parte de las Órdenes Monásticas. En lugar de la tradicional autonomía de que gozaba cada monasterio, éstos reservaron mayor importancia a la Orden en cuanto tal y al Superior General, como también a la estructura de las provincias. Así los Mendicantes estaban más disponibles a las exigencias de la Iglesia universal. Esta flexibilidad hizo posible el envío de los frailes más decuados para el desarrollo de misiones específicas, y las Órdenes Mendicantes llegaron a África septentrional, a Oriente Medio, al Norte de Europa. Con esta flexibilidad el dinamismo misionero se renovó.
Otro gran desafío lo representaban las transformaciones culturales que estaban teniendo lugar en ese período. Nuevas cuestiones hacían vivaz la discusión en las universidades, que nacieron a finales del siglo XII. Menores y Predicadores no dudaron en asumir también esta tarea y, como estudiantes y profesores, entraron en las universidades más famosas de su tiempo, erigieron centros de estudio, produjeron textos de gran valor, dieron vida a verdaderas y auténticas escuelas de pensamiento, fueron protagonistas de la teología escolástica en su mejor período, incidieron significativamente en el desarrollo del pensamiento.
Los más grandes pensadores, santo Tomás de Aquino y san Buenaventura, eran mendicantes, trabajando precisamente con este dinamismo de la nueva evangelización, que renovó también el coraje del pensamiento, del diálogo entre razón y fe. También hoy hay una “caridad de la y en la verdad”, una “caridad intelectual” que ejercer, para iluminar las inteligencias y conjugar la fe con la cultura. El empeño llevado a cabo por los Franciscanos y los Dominicos en las universidades medievales es una invitación, queridos fieles, a hacerse presentes en los lugares de elaboración del saber, para proponer, con respeto y convicción, la luz del Evangelio sobre las cuestiones fundamentales que interesan al hombre, su dignidad, su destino eterno.
Pensando en el papel de los Franciscanos y de los Dominicos en la Edad Media, en la renovación espiritual que suscitaron, al soplo de vida nueva que comunicaron en el mundo, un monje dijo: “En aquel tiempo el mundo envejecía. Surgieron dos Órdenes en la Iglesia, de la que renovaron su juventud, como la de un águila” (Burchard d’Ursperg, Chronicon).
Queridos hermanos y hermanas, invoquemos precisamente al inicio de este año el Espíritu Santo, eterna juventud de la Iglesia: que él haga sentir a cada uno la urgencia de ofrecer un testimonio coherente y valiente del Evangelio, para que no falten nunca santos, que hagan resplandecer a la Iglesia como esposa siempre pura y bella, sin mancha y sin arruga, capaz de atraer irresistiblemente el mundo hacia Cristo, hacia su salvación.
Benedicto XVI 13/01/10
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

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