viernes, 29 de enero de 2010

Llamado a los bautizados a vivir su sacerdocio

Los documentos de la Iglesia hablan muy bellamente del sacerdocio de los bautizados, y es una lástima que la inmensa mayoría de ellos ni conozca ni viva este don y esta noble misión que le ha sido confiada por el Señor.
Una misión que cambia nuestro ser:
Como sabemos, en la Iglesia existen dos tipos de sacerdocio: el ministerial, que es el de los que llamamos padres, ministros sagrados, clérigos o curas, y el sacerdocio común o real, al que pertenecen todos los bautizados, y el cual se reafirma con el sacramento de la confirmación (cf. 1 P 2, 9). En los dos sacerdocios, aunque de manera distinta, Dios produce cambios en lo más profundo del ser de las personas, los cuales se llaman cambios ónticos (“imprimen carácter”, se dice habitualmente). De los cambios ónticos en los bautizados dice Chritifideles laici: «El sacerdocio nace, pues, de la vida que Cristo le participa al creyente, y por la que lo ubica en la dimensión sobrenatural. Esta nueva vida causa, entonces, en el creyente un ser ónticamente diverso y superior al ser natural, y es el fundamento para la ley canónica posterior, que le reconoce su condición de persona en el bautismo. Por este sacramento Cristo convierte al laico en hijo de Dios y lo une a la Iglesia. Ungiéndolo con el Espíritu Santo, lo convierte también en templo del mismo Espíritu».
¿Por qué no estamos dispuestos a servir?:
Si todo esto causa en los bautizados el don de Dios, ¿por qué entonces existe tan poca disposición para vivir conforme a lo que Dios nos ha dado? Los cambios que nos hace el bautismo consisten en una capacitación necesaria no para ufanarnos, sino para orar, para ofrecer nuestros sacrificios unidos a los del Redentor. ¿Cómo anda cada uno en el cumplimiento de su misión sacerdotal? El profeta Oseas (Os 4, 4) denuncia que la culpa de que los hombres sufran las graves consecuencias del pecado es de los sacerdotes; los bautizados, la parte laical de la Iglesia, debe también sentirse interpelada por las palabras de Oseas.
Ser bautizado es uno de los más grandes regalos que en la vida hemos recibido quienes tenemos la dicha de serlo. Los documentos postconciliares hablan de los bautizados como miembros muy valiosos de la Vid, que es Cristo, quien de ninguna manera ve en nosotros simples trabajadores de una viña (cf. Christifideles laici, 8). Si fuéramos capaces de comprender las enormes consecuencias que tiene esto en nuestra vida, los bautizados nos sobrecogeríamos de alegría, pero también quedaríamos perplejos, con temor y temblor, invocando la ayuda de Dios. De ninguna manera estaríamos tan tranquilos.
Es muy grave el pecado de omisión:
Para vivir nuestro sacerdocio, a los bautizados nos toca participar en la oblación de la Eucaristía y en la recepción de los demás sacramentos; orar no sólo por nosotros mismos sino también por las necesidades de todos los hombres, y vivir de acuerdo a las exigencias del amor cristiano. Por eso, así como es sumamente grato encontrarnos con ministros sagrados que son fieles a su ministerio, y en cambio nos sentimos traicionados cuando nos enteramos de las faltas tan graves que algunos de ellos llegan a cometer, los bautizados debemos entender que no es menos grave nuestro pecado de omisión cuando nos cerramos a vivir nuestra misión sacerdotal. La porción laical de la Iglesia es la inmensa mayoría, y si ésta se acomoda en la mediocridad, no tiene derecho de rasgarse las vestiduras ante los errores de los ministros, porque tampoco ha vivido su propio sacerdocio con sinceridad.
Por Lilián Carapia filósofa y religiosa de las Misioneras Servidoras de la Palabra
Edtado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

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