martes, 3 de noviembre de 2009

El poder del Amor

El amor es la fuerza espiritual más grande, la que mueve la historia de la humanidad de manera ascendente. Aún con todas las involuciones propias del pecado, el amor nos aglutina, nos perfecciona y nos hace aspirar a lo pleno, a la presencia divina que todo lo envuelve. Somos frutos del amor y lo mejor que nos ha pasado en la vida, los momentos cumbres, han sido provocados por el amor.
Recuerde aquellas palabras profundas que cambiaron su vida. Fueron pronunciadas con amor.
Todos los grandes héroes, los santos, los mártires, los que han dejado una huella de altruismo, entrega, valentía, honestidad, fidelidad han sido movidos por el amor. Y realmente el amor es Dios. Detrás de todo lo bueno que ha ocurrido a la humanidad está Dios, fuente del amor y de la verdad, de la belleza y de la paz. Y Él nos ama siempre.
¿Cómo nos ama Dios? Dios nos ama con todo su ser, incondicionalmente, a pesar de todos nuestros pecados, desbordando en nosotros su Misericordia infinita. Es un amor que es para siempre, fundamentado en la alianza hecha por Jesucristo al derramar su sangre en la cruz y que es recibido ya en esta vida pero que será saboreado en el cielo, eternamente, sin límites.
Su paternidad divina se nos revela continuamente y nos llama “hijos amados” en la Palabra y en las vivencias Eucarísticas, en la oración personal y comunitaria, en inspiraciones e iluminaciones, a través de personas, acontecimientos y aún en el sufrimiento y en los fracasos. Dios siempre nos está manifestando su amor y en la experiencia del perdón recibido de él, como el “hijo pródigo”, somos acogidos en el corazón del Padre sin ningún reproche de su parte y tratados como hijos suyos en Cristo Jesús. Dios siempre nos contempla amándonos.
“El amor no cansa ni descansa” e implica salir de sí hacia la persona amada, nos dice Juan de la Cruz. El amor es entrega, paciencia, perseverancia, tolerancia, armonía, confianza, perdón, reconciliación. El que ama se olvida de sí mismo, busca complacer al que ama, lo ayuda a crecer integralmente, está con él en las buenas y en las malas, demostrando su fidelidad en los momentos difíciles del otro.
Sabe corregirlo cuando falla, comprende sus deficiencias, lo alienta en sus metas y busca que se realice. El que ama de verdad no intenta poseer a la otra persona, ni hacerla a su propia medida, sino que respeta su individualidad y sus criterios. Quiere que el otro sea mejor, cada vez más pleno en todos los aspectos.
El amor es más que un sentimiento, es una opción que marca la vida de uno al entregarla a los demás. Es una decisión lúcida de darse sin esperar nada en cambio, buscando la perfección en todos los campos de las personas que uno ama. El que ama lo demuestra con acciones concretas que promueven el bienestar del otro y que se realizan en el momento adecuado sin importar cuánto sacrificio implica el hacerlas. El que ama deja de pensar y centrarse en sí mismo, rompe los apegos que le impiden darse y está pendiente de las necesidades de los demás.
El que ama de verdad no pone condiciones ni se da calculadamente, ni ve al otro como un ser al que se puede manipular, cosificar, usándolo de acuerdo a sus instintos o intereses creados. No engaña a la otra persona con promesas falsas ni la traiciona, abandonándola cuando ya no le sirve. El que ama es sincero en su relación con los demás, siendo transparente en todos sus actos.
El que ama está en Dios porque Él es amor. Mientras más puro sea el amor, más estamos en comunión con el Señor. Solamente amaremos de esa manera, primero a Dios y luego a los demás, en la medida en que experimentemos el amor divino. Realmente Él nos ha amado primero y no deja de amarnos. El drama nuestro consiste en no tomar conciencia de ese amor total, incondicional y pleno de Dios. Solamente en el silencio y la meditación, leyendo la Palabra y en la comunidad podremos descubrir cuánto nos ama Dios.
Contemplando el misterio de la pasión y muerte de Jesucristo podremos entender en algo la inmensidad del amor de Dios. ¡Cuánto nos ha amado Dios que entregó a su propio hijo por nosotros!
Tenemos que amar como Él nos ha amado, sabiendo que debemos luchar contra nuestro egoísmo y soberbia que impiden una entrega total; pero si le pedimos a Él con fe y esperanza, Él nos dará la fuerza para amar, ya que con Dios somos invencibles. Amén.
Por Mons. Rómulo Emiliani
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

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