viernes, 13 de noviembre de 2009

Misa en la Basílica de Luján por el Año Sacerdotal y la Misión Continental


Homilía de monseñor Luis H. Villalba, arzobispo de Tucumán y vice presidente primero del Episcopado en el Santuario Nacional de Nuestra Señora de Luján en el marco de la 98° Asamblea Plenaria de los obispos argentinos para rezar por el Año Sacerdotal y la Misión Continental (Luján, 11 de noviembre de 2009
Queridos Hermanos:
1. La Providencia de Dios quiso que el camino pastoral que venimos recorriendo como Iglesia en la Argentina, orientado por Navega Mar Adentro, fuera confirmado por la Conferencia de Aparecida.
El Documento de Aparecida nos dice: “Hoy, toda la Iglesia en América Latina y El Caribe quiere ponerse en estado de misión” (nº 213). Y más adelante expresa: “Esta firme decisión misionera debe impregnar todas las estructuras eclesiales y todos los planes pastorales de diócesis, parroquias, comunidades religiosas, movimientos y de cualquier institución de la Iglesia” (nº 365).
Hoy el Episcopado Argentino llega hasta la Basílica de Luján para depositar a los pies de Nuestra Madre este compromiso de animar y llevar adelante la Misión Continental, que busca poner a la Iglesia en estado permanente de misión.
2. En el Evangelio que acabamos de escuchar Jesús dijo a sus discípulos: «Crucemos a la otra orilla» (4,35).
Es interesante meditar este texto evangélico.
Jesús, después de pasar cuarenta días en el desierto, comienza su ministerio público. Enterado de que Juan el Bautista había sido arrestado, se retiró a Galilea (cf. Mt. 4,12). Allí va recorriendo la región proclamando el Evangelio, obrando milagros y llamando a los discípulos. Galilea es el lugar donde Jesús enseñó, hizo caminar al paralítico, le dio la vista al ciego, multiplicó los panes, calmó la tempestad en el lago.
Jesús eligió a Cafarnaún como lugar de residencia, allí tenía su casa. “Y, dejando Nazaret, se estableció en Cafarnaún”, dice el Evangelio (Mt. 4,13). Y desde ese momento Cafarnaún sería su ciudad, como dice Mateo: “Y regresó a su ciudad” (Mt. 9,1), que era bastante populosa y situada en el centro de la región. Desde allí recorría toda la Galilea.
Dice san Marcos que “mientras Jesús estaba comiendo en su casa, muchos publicanos y pecadores se sentaron a comer con él y sus discípulos; porque eran muchos los que lo seguían” (Mc. 2,15).
Así Jesús estaba en “su ciudad” (Cafarnaún) y en “su casa”, lugar familiar, tranquilo, seguro, conocido, y decide “cruzar a la otra orilla”.
“Cruzar a la otra orilla” es dejar su “hogar”, su ciudad, su “casa”. “Cruzar a la otra orilla” es dejar la seguridad. La barca es insegura, se mueve. “Cruzar a la otra orilla” es enfrentarse con el peligro y las amenazas del mar: “Entonces se desató un fuerte vendaval, y las olas entraban en la barca, que se iba llenando de agua” (Mc. 4,37). "Cruzar a la otra orilla” es ir a otro territorio: a la región de Gerasa, que pertenece a la Decápolis, a otra cultura, a gente pagana (Mc. 5,1).
Al llegar a la otra orilla del Mar, en Gerasa, Jesús cura al hombre poseído por un espíritu impuro. La curación del poseso es signo de la llegada del Reino. Jesús es el enviado de Dios que trae al mundo la salvación (Mc. 5,2-20).
3. También a nosotros se nos está pidiendo “cruzar a la otra orilla”.
La razón de esta travesía es la salvación de todos los hombres: “Vayan y hagan que todos los pueblos sean mis discípulos” (Mt. 28,19); “Vayan por todo el mundo, anuncien la Buena Noticia a toda la creación” (Mc. 16,15).
A este compromiso de anunciar el Evangelio a todos los hombres estamos llamados todos los bautizados. El deber misionero nace de la misma fe. Esto cuesta, provoca resistencias. Es poner en práctica el estilo pastoral que acabamos de ver en Jesús.
El Documento de Aparecida nos habla de “conversión pastoral y renovación misionera de las comunidades” (cf. nº 365).
Conversión pastoral es dejar nuestra casa, nuestro grupo, lo conocido, nuestra seguridad, y decidirnos a “cruzar a la otra orilla”. Es subirse a la barca, que es siempre insegura, es enfrentarse con las amenazas del mar y es adentrarnos en otro territorio en búsqueda de otra gente. Ciertamente se trata de cristianos alejados de la Iglesia, que no se sienten Iglesia, y a los que necesitamos salir a buscar y proponerles a Jesús.
“Cruzar a la otra orilla” es salir a las periferias territoriales y existenciales adonde habitualmente no llegamos.
No podemos contentarnos haciendo lo que siempre hicimos. Debemos preguntarnos si Dios no nos está pidiendo abrir nuevos caminos pastorales. En este sentido, una simple “pastoral de conservación” no alcanza (cf. DA 370).
La comunidad parroquial y todas las comunidades y grupos deben no sólo reunirse con los "propios", sino abrirse a todos y realizar encuentros con la gente alejada de la vida de la Iglesia. Deben mantener un diálogo con las diversas realidades sociales y culturales. Se trata de que la parroquia y las otras comunidades, además de alimentar la vida cristiana de los fieles, como ciertamente lo hacen, evangelicen también a las personas y a los sectores alejados de la fe y de la práctica cristiana.
Pero esta acción no se puede considerar como una “parte” de la pastoral, una de las muchas cosas que hay que hacer; se trata, más bien, de un objetivo que afecta y condiciona la vida entera de la comunidad en todas sus tareas. Dicho de otro modo: la pastoral debe enfocarse en todos los sectores y en todas las acciones desde la perspectiva de la evangelización misionera.
Se necesita el coraje de Cristo para “cruzar a la otra orilla”. ¿Cómo no pensar en tantas personas que habiendo recibido el Bautismo, no comparten con nosotros el compromiso y la alegría de la vida eclesial y de la “practica” de la fe?
La Iglesia nos está llamando a que asumamos con “un dinamismo nuevo” nuestra responsabilidad con el Evangelio y con la humanidad. Se nos está pidiendo disponernos a la evangelización y no encerrarnos en nuestras comunidades. Se nos está pidiendo echar una mirada sobre el vasto mar del mundo a fin de que todo hombre encuentre a Jesucristo, como el sanado de Gerasa.
Hoy, la Iglesia necesita hacer un esfuerzo importante para presentar la fe cristiana de un modo atrayente. Para ello hay que revitalizar la propia comunidad cristiana renovando actitudes, y purificando las estructuras caducas. Y, además, hay que descubrir los caminos más aptos para comunicar la Buena Noticia.
Renovarse para evangelizar mejor: esto es lo que hoy dice el Espíritu a la Iglesia.
4. Queridos Hermanos:
Con ocasión del 150º aniversario de la muerte del Santo Cura de Ars, San Juan María Vianney, estamos celebrando un Año Sacerdotal especial, convocado por el Papa Benedicto XVI. La intención de este Año es “favorecer el ansia, la vocación, de los sacerdotes hacia la perfección espiritual de la cual depende, sobre todo, la eficacia de su ministerio”. Además, en este Año Sacerdotal se quiere prestar una particular atención a la prioritaria promoción de las vocaciones al ministerio ordenado.
Hoy tenemos la gracia de tener entre nosotros el corazón del Santo Cura de Ars. Por distinta que sea la época del Cura de Ars y la nuestra, su ejemplar entrega al servicio del Reino de Dios es un estímulo y un ejemplo a imitar en la vida de cada sacerdote. Sin dudas que debemos recoger el testimonio del Cura de Ars, poner la mirada en su peculiar manera de vivir santamente al frente de una parroquia y ver cómo supo afrontar con realismo el aquí y ahora de su tiempo y cumplir la misión sacerdotal de encarnar el Evangelio en el contexto cultural de su hora.
Pidamos a Nuestra Señora de Luján por todos los sacerdotes, por su perseverancia y santificación y pidamos por las vocaciones sacerdotales para nuestra Nación.
Mons. Luis Héctor Villalba, arzobispo Tucumán
Editado por Antonio
Administrador del blog
CON JESÚS EN MI VIDA

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